lunes, 28 de marzo de 2011

De los viajes personales





Suena el traqueteo de las vías a lo lejos, opacamente, aunque sólo sea por unos segundos, porque casi de inmediato repiquetean con más fuerza, como si uno se diera cuenta con sobresalto de que siempre han estado allí, fragmentando el tiempo con la continuidad cíclica de su ritmo. Al poco rato se agregan voces y otros sonidos al de las vías, pero se registran más como texturas auditivas que como entes articuladores de significados. No tardamos mucho en darnos cuenta de que estamos ante una travesía, ante el movimiento de un viaje.

Estos son los primeros instantes de “Asleep On A Train” pieza perteneciente a Yesterday Was Dramatic, Today Is Ok (2000), de los islandeses MÚM, y que por su nombre y la secuencia constante de sus acordes, se encadena con la siguiente pista del disco: “Awake On A Train”. Dos títulos engloban toda una realidad temporal en la que desfila una serie de evocaciones anímicas y que finaliza siempre en el principio, en dado caso de éste realmente exista, porque los ciclos sonoros de ambas piezas hacen pensar que todo se consumará en el mismo trayecto.

Me refiero a una “realidad temporal”, antes que a una narrativa, porque en este viaje nunca nos enteraremos de ninguna situación o lugar en donde comience el traslado, mucho menos de algún posible destino. De hecho eso es algo que carece de importancia, porque se trata más de una exploración a través del acto de viajar en sí mismo, de las sensaciones que florecen al estar allí, encapsulado en un vagón tal vez vacío o tal vez lleno de rostros desconocidos, pero siempre a merced de la soledad de los traqueteos y de los propios pensamientos, sin un tiempo plenamente determinado. Por ello, el desplazamiento que representan las piezas resulta hipnótico, con variaciones imperceptibles que, sin embargo, nos irán fundiendo poco a poco en un frenesí multicolor, tal como sucede con el paisaje que tras la ventana se convierte en velocidad.

No estamos ante una historia reconocible, proyectada con anterioridad por otro artista en una disciplina distinta o por los propios músicos islandeses, y por ende, no se está cumpliendo con ningún tipo de intertextualidad, al menos en relación directa; porque a lo que sí se apela es al imaginario universal de la traslación en el espacio, a la idea un tanto romántica que se suele asociar con las travesías a bordo de un tren. Y es que ésta es precisamente la única característica que podría sugerir una secuencia narrativa: el empleo de dos acciones (contenidas en los propios nombres de las piezas) que implican una temporalidad especifica: “Dormir en un tren” y “Despertar en un tren”. Según el orden de las pistas, primero se va hacia el sueño y sólo más tarde se llega al despertar. Acciones que desde la antigüedad son simbólicas por sí mismas: el sueño suele estar considerado como una zona en la que pueden ocurrir revelaciones, mas donde también es fácil dejarse arrastrar por los espejismos, por los engaños que nos provocan los propios deseos. Dormir es entonces una zona de abandono de la que podemos resurgir (o despertar) engañados o iluminados, tal como acontece con Eneas cuando desciende al mundo de los muertos por la puerta de hueso (la que simboliza la realidad inmediata o táctil de las cosas) y que más tarde emerge por la puerta de marfil (aquella que simboliza el sueño, la ilusión). Por otro lado, el despertar se suele asociar a los cambios que se operan sobre todo en el ámbito interior: se despierta en una esfera superior de conocimiento después de las oscuridades del sueño. La semilla, una cosa aparentemente muerta, emerge a la luz transformada en un organismo más avanzado (la planta y más tarde el árbol), y se mantiene a lo largo de su existencia en busca de las alturas. Dormir y despertar, puestas las acciones justo en ese orden, implican por tanto un cambio que se opera a través de la percepción, sea que este cambio se verifique desde la oscuridad hacia la iluminación o viceversa .

Sin embargo, existe un tercer elemento que transforma los efectos de las acciones mencionadas, ya que en ambos títulos aparece el lugar en donde se desarrollan las acciones: todo acontece en un tren, un espacio cerrado que se desplaza por un camino plenamente establecido, a través del espacio abierto del mundo. Y así, las dos acciones que aportan los elementos narrativos, cuentan también con un escenario. Estamos, no sólo frente a la representación de la oscuridad y la luz (dormir y despertar), sino además frente a los territorios del viaje (tren). Un tema tan antiguo como la humanidad misma, el cual puede involucrar distintas motivaciones que van desde la característica inquietud que suele invadir a los espíritus nómadas, en los que el viaje es asimismo la representación de una búsqueda (que acaso nunca concluya) o el conocimiento que se desprende del traslado; hasta la huida, en la que inevitablemente evoluciona (positiva o negativamente) el fugitivo, al pasar de un estado físico y mental a otro. Recordemos además, que en las tradiciones antiguas de casi todas las culturas, sin importar si son de oriente o de occidente, el héroe suele emprender travesías llenas de pruebas que debe sortear antes de encontrarse por fin con su destino. Empero, el recorrido que se experimenta en las melodías de MÚM no significa un discurso determinado. La evocación de sensaciones puede ser tan variable como una montaña contemplada desde diferentes ángulos. Y como mencioné anteriormente, no nos hablan de un punto de partida o de llegada, sino de un “durante”, o en otra palabras, del momento en que el viajero está, por decirlo así, ausente de las acciones cotidianas del mundo, atrapado en ese espacio que avanza sobre los rieles.

Así llegamos a un motivo que ya no tiene nada que ver con los conceptos lingüísticos que se desprenden del título de las melodías, sino con un recurso musical que comparten las dos piezas: la imitación, mediante una base rítmica producida por un sintetizador, del traqueteo que producen las ruedas metálicas de un tren en las uniones de los rieles; es decir, el elemento que nos permite asegurar la evolución de las sensaciones mediante el paso del tiempo. Un año después del lanzamiento de Yesterday Was Dramatic, Today Is Ok, en 2001, para la banda sonora de Dancer In The Dark, película de Lars Von Trier, Björk emplea también el recurso del traqueteo del tren en la canción “I've Seen It All”; sin embargo, allí no se trata de una imitación mediante el uso de determinado instrumento, sino de una grabación real del paso de un tren y su posterior arreglo en el estudio de grabación para volverlo ritmo con lapsos simétricos.

Pues bien, gracias al motivo del “avance del tren”, podemos seguir con alguna precisión el devenir de las emociones que busca generar el grupo islandés. Lo interesante de todo esto es que, a pesar de la parvedad de una referencia indiscutible, se trata de un devenir que cuenta con antecedentes engendrados desde la propia experiencia como viajero, sin importar el medio de transporte que se emplee durante el trayecto. Cuando se emprende un viaje en soledad, suele suceder que al principio reside dentro de nosotros una dulce incertidumbre acerca de lo que vendrá (porque se sabe que el exceso de certidumbres no puede conducir sino a la tristeza), un optimismo casi infantil, porque nos arrancamos a nosotros mismos de la dictadura de la rutina, y estamos listos (y acaso ávidos) para establecer una mirada adecuada ante la novedad, ante lo que está aparentemente lejos de nuestro discurrir cotidiano, y con ello pretendemos que la sorpresa de esos mundos ajenos al nuestro, más tarde se convierta en memoria: sabemos que de una u otra manera, esa experiencia será reconstruida más tarde por nosotros mismos en otro momento: el de la evocación. Así traduzco al menos los sonidos “chispeantes” que aparecen cíclicamente al inicio de “Asleep On A Train”, sonidos entreverados con un melancólico acordeón, que se mantiene casi oculto entre el fondo de sonidos de la pieza, y que parece decirnos que la alegría siempre lleva consigo el germen de su contraparte. Poco a poco esos sonidos que se mantenían agazapados en los instantes iniciales, van adquiriendo más protagonismo, hasta convertirse en una serie de resonancias que pretenden estabilizar el exceso de alegría que se tenía al empezar el viaje. Y es que durante un trayecto es fácil caer en la monotonía de lo diverso (por paradójico que suene), y el lógico resultado es la somnolencia que se va apoderando del viajero. Un abandono irresistible de los miembros del cuerpo al iterativo ciclo de la velocidad. ¿Quién no ha viajado deslizando la visión entre el sueño y la vigilia indistintamente? Pero además nacen las dudas: ¿qué es lo que se piensa desde esos momentos previos al sueño, cuando el traqueteo de las vías se ha convertido en un fondo brumoso, en el escenario perfecto para un desfile de recuerdos teñidos por una inexplicable melancolía, provocada por la diversidad de accidentes que se atraviesan en el horizonte? Allí entrarán los hechos de la conciencia de cada quien: el pasado, las motivaciones, el asombro, etcétera.

Las voces regresan en los últimos segundos de “Asleep On A Train” y dan paso al rápido inicio de “Awake On A Train”, en donde se quiebra la bruma que invadió el final de la pieza anterior, los motivos lentos y remotos que incitaban a la profundidad del sueño. Los ojos se inundan en un hervidero de colores, se embriagan otra vez con la “realidad” del traqueteo del tren y aparece una vez más la conciencia del viaje que se ha emprendido. Asimismo, la alegría de saber que se sigue en el camino regresa con vigor inusitado. ¿Qué nos aguarda allá donde tarde o temprano habremos de llegar? Y así como se idealiza la noción del continuo movimiento, así también la imagen de la llegada puede producir una cierta zozobra. Porque viajar tiene su dosis de desamparo: al estar sometido al reducido espacio de un vagón en movimiento, también se está imposibilitado de todo intento de escape, y se corre el riesgo de estar a merced de uno mismo, de los senderos que pueda utilizar tramposamente la memoria.

Y eso es justo lo que parece acontecer en la segunda pieza, porque de esa manera se van verificando tres estados de ánimo en “Awake On A Train”. Después del entusiasmo inicial de la melodía, producido principalmente por un uso economizado de las notas de un piano que se trenza con los sonidos espaciados y agudos del sintetizador, nos encontramos de inmediato en una especie de puente, en el que una trompeta desencadena el suave declive de la alegría, hasta que se va apagando en el silencio, aunque si bien se mantiene el sempiterno traqueteo de las ruedas en los rieles, de manera similar a como comienza la primera pieza, es decir, escuchados desde la lejanía o desde la introspección. La última parte de “Awake On A Train” nace desde ese silencio aparente, y por lo mismo resultan inesperados los melancólicos gemidos del acordeón, los cuales se prolongan hasta el final, enredados con las cadencias de una guitarra electroacústica. Ambos se irán hundiendo también en el silencio con suma lentitud, arropados en el último par de minutos con las alargadas notas de un cello, y será como si dejaran en la mente la imagen de una mirada perdida en el paisaje tras la ventana, el cual seguirá corriendo, semejante al río de Heráclito, y acaso mostrando al viajero los reconocibles trazos de un reflejo de sí mismo.

Es inútil. He intentado, tal vez absurdamente, transformar en palabras una impresión musical, y me quedo quizá más desahuciado que antes: me parece que las palabras se quedan siempre en el borde de lo que me presenta la música, tal como sucede con las moscas, condenadas a estrellarse, una y otra vez, contra un cristal que les impide eternamente el paso hacia un mundo que no dejan de vislumbrar.

jueves, 17 de marzo de 2011

Páginas al azar


Me sucede a menudo con ciertos libros. Los abro al azar y leo un párrafo, unas páginas, a veces incluso un relato. Casi nunca guardan relación con lo que sucede en mi propia vida; pero a veces sí. A veces el humor particular de un momento embona como pieza de rompecabezas con lo que encuentro en unas cuantas líneas, con una idea lúgubre o luminosa, de fraternidad o misantropía, de hastío, felicidad o indiferencia. Hoy, debido a esta forzada reclusión, abrí al azar el Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa, y justo en la página 135 encontré este puñado de agujas:

«¿Qué me importa que nadie lea lo que escribo? Lo escribo para distraerme de vivir, y lo publico porque el juego incluye esa regla. Si mañana se perdiesen todos mis escritos, sentiría pena, pero creo sinceramente que no sería una pena violenta y loca como cabría suponer, puesto que en todo eso iba toda mi vida. No es diferente, pues, de la madre que, muerto el hijo, meses después sigue ahí [?] y es la misma. La misma tierra que sirve para los muertos serviría, menos maternalmente, para esos papeles. No todo importa, y creo de verdad que hubo quien vio la vida sin una gran paciencia para con ese niño despierto y con gran deseo del sosiego de cuando ella, por fin, se haya retirado a descansar».

miércoles, 2 de marzo de 2011

Umbral


Sólo estoy en el umbral,
ahí donde tus ojos se bañan de lejanía
y las palabras que viertes escapan
sin mirar atrás,
creando posibilidades estériles, brillantes,
mundos iluminados por el desconocido fuego
de otra soledad.

Estoy solo en el umbral
y escucho las gotas del tiempo:
voces lentas, golpes suaves,
silenciosa insistencia.
¿Lo escuchas? ¿Lo presientes?
Viene sin prisas, agotando la distancia,
abriéndose paso entre la muchedumbre cotidiana,
regodeándose con una extraña agonía:
la espera del momento cumbre
en que la anhelada fusión
nacerá con el día.