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miércoles, 7 de mayo de 2014

En busca de la gloria


En El desierto de los tártaros, Dino Buzzati pone el dedo en una de las llagas más dolorosas e inconfesables de los seres humanos: la sospecha, casi siempre equivocada, de que un gran destino nos aguarda. Y es que, seamos sinceros con nosotros mismos: ¿cuántas veces hemos imaginado que la gloria habrá de llegar tarde o temprano a nosotros? No sabemos cómo ni cuándo, pero en nuestro imaginario suponemos que no tiene más remedio que llegar (lo cual es una curiosa coincidencia con otra espera simbólica, como lo es el Día del Juicio) y entonces sí, aquellos que osaron desconfiar de nuestras capacidades o que en cierto momento se mofaron de ellas, obtendrán su merecido, quedarán deslumbrados ante ese fulgor que sólo la gloria es capaz de proporcionar. Sin embargo, además de ser «dulce», la gloria es un bien escaso, y no alcanzaría para todos los que están ávidos de ella. Esto, como es fácil de deducir, ha producido hondas e innumerables frustraciones en todas las edades humanas. La infelicidad (ésa sí abundante en toda la corteza terrestre), germinada de la envidia o de la frustración, de los sueños inalcanzables o de los deseos basados en cosas abstractas como el dinero, acecha en cada rincón de la existencia. Y lamento decirlo, pero es casi imposible librarse de ella en un mundo estructurado a partir de necesidades y satisfacciones efímeras. 
Pero eso no es lo malo de todo este asunto. Lo que de verdad puede ser dramático es que a veces nos llega esa iluminación acerca de las vanas esperanzas de la gloria cuando ya no hay remedio, cuando los mejores años han pasado casi sin darnos cuenta y entonces vemos que nuestra vida se ha ido por la coladera de una espera absurda, a la que además le hemos consagrado cantidades industriales de ilusiones. En la novela de Buzzati, Giovanni Drogo perderá tres décadas creyendo vislumbrar en el horizonte, a tiro de piedra, ese futuro heroico con el que tanto soñaba. Cuando Drogo se da cuenta de la insensatez de su espera ya es demasiado tarde: su cuerpo está acorralado por una enfermedad que lo llevará a las puertas de la muerte. De nada le habrá servido el derroche de años transcurridos en imaginar cómo sería el momento de cubrirse de gloria, en aguardar a que el destino toque a la puerta, en vez de adentrarse en el presente y tratar de comprender, al menos un poco, lo que existe en derredor. La dolorosa toma de conciencia de la futilidad de la vida, sobre todo cuando la certeza de la muerte comienza a deambular con insistencia en el silencioso pero a la vez expresivo lenguaje de su propio cuerpo… No sé, el texto me dejó con la sensación de que la paradoja más cruel ante el ansia de gloria es precisamente un destino de vida minúscula, ser un puntito insignificante entre la masa de la gente común y corriente… como seguramente nos tocará en suerte a la gran mayoría de nosotros. Así que piénsenlo: ya no es tan difícil adivinar por qué hay tanta amargura por doquier y, sobre todo, por qué siempre se espera que el triunfador caiga y regrese al anonimato de la masa, del que nunca debió salir por ir tras algo tan sublime e inútil como la gloria.

viernes, 15 de febrero de 2013

Los mejores libros de 2012… según mi librero


Justo ahora que finalmente terminó la fiebre de listas a lo mejor del año, les voy a recetar la mía de los mejores libros que leí en 2012. Esta lista es sumamente heterogénea: no está basada en categorías particulares (por ejemplo, libros que vieron la luz durante el año, o los que fueron editados en México, o de cierta temática especial, o alguna otra cosa semejante que ya hicieron en muchos otros espacios), sino en que a mí me parecieron los mejores siete que leí en el año de una lista de treinta. Por otra parte, el único factor común que tiene mi lista es que cada uno de esos libros «eligieron» ser leídos aleatoriamente durante 2012 desde la comodidad de mi librero, sin importar el país del autor o la época en que fue escrito. No más. El orden de aparición es el mismo en que yo los leí.

1. El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati.

Ah, buenas gentes, ¿quién de ustedes (y yo me incluyo) no ha creído alguna vez en su vida que un “gran destino” les aguarda? Una gloria tan magnífica y deslumbrante que gracias a ella quedará exiliada cualquier frustración. Sin embargo, la vida se escurre sin pausas y sin importarle nuestros sueños, con lo que al final quedarán muchas ilusiones postergadas y sin posibilidad de reivindicación, tal como sucede a Giovanni Drogo, quien ve pasar sus mejores años en espera de una gloria que llegará justo cuando él ya sea incapaz de recibirla.

2. Oblómov, de Iván Goncharov.

No recuerdo muchas obras maestras que hayan tenido a la abulia como protagonista. Iván Goncharov no sólo toma el reto de presentar el retrato de un hombre prodigiosamente inútil, sino que además lo hace combinando un humor sin concesiones, la denuncia social contra los vicios de la aristocracia en la Rusia decimonónica y el perfecto equilibrio entre objetividad y empatía con un personaje que bajo cualquier otra circunstancia sólo podría producir repulsión.


Compuesto por 19 relatos escritos en diversos momentos de su vida, este libro es un abanico que muestra los temas recurrentes en la obra de Platónov: las utopías, los sueños que parecían acudir en bandadas con el régimen comunista y su realidad poco o nada ideal, la sencillez y la “pureza” del alma del campesino ruso, las vidas trágicas con alguna reivindicación de mayores o menores vuelos, el sacrificio personal para el beneficio común, o esos personajes que apenas se notan en la cotidianidad debido a su sencillez y humildad, pero que podrían ser vitales para que la sociedad no quede atrapada en un remolino de odios y locura estéril. El espectro del humor va desde la sátira hasta la tragedia y, cosa curiosa, no desentona en ningún momento, con lo que se vuelve una obra inolvidable.

4. Un puente sobre el Drina, de Ivo Andrić

La crónica del puente que se construyó en la bosniaca ciudad de Višegrad, basada tanto en sucesos históricos, como en leyendas e historias populares, es uno de los regalos más hermosos y terribles que la literatura ha recibido en los últimos 100 años. La novela arranca en el siglo XVI, cuando el territorio pertenecía al imperio otomano y concluye con la “estratégica” destrucción que sufriera el puente durante las batallas de la Primera Guerra Mundial. El personaje principal es el puente y con ello las vidas humanas toman una dimensión mucho más cercana a lo que realmente son: meros parpadeos frente al paso colosal de los siglos.

5. Vámonos con Pancho Villa, de Rafael F. Muñoz

La recreación del villismo —esa vertiente tan singular de las ramas revolucionarias en México— tuvo una obra maestra que hoy es un tanto soslayada por el “gran público” debido a la película que Fernando de Fuentes hiciera en 1936. Sin embargo, la versión cinematográfica, aunque basada en la novela de Rafael F. Muñoz, dista mucho de las complejidades psicológicas que muestran tanto Tiburcio Maya —arquetipo del soldado villista—, como el propio Pancho Villa, mientras que en el estilo de Muñoz, se pueden detectar las figuras retóricas que más tarde retomarán escritores de la talla de Agustín Yáñez y Juan Rulfo.

6. Ramaiana, de Vālmīki

La milenaria historia del divino príncipe Rama, quien junto con su esposa Sita y su hermano Laksmana es desterrado a los bosques de la India por su propio padre, es una de las historias más fulgurantes que he tenido la fortuna de encontrar durante mi vida como lector. Ravana, rey de la isla de Lanka (Sri Lanka) y de los raksasa, tiene la ocurrencia de secuestrar a la esposa de Rama, con lo que desatará su propia perdición, aunque no sin antes librar una delirante guerra entre simios superpoderosos y demoníacos raksasa, en la que podremos ver todas las posibilidades que pueden caber en una historia: guerra, aventura, amor, odio, amistad, envidia, humor, ternura, tragedia, ira, filosofía, religión y un largo etcétera.

7. Yo serví al rey de Inglaterra, de Bohumil Hrabal

El ascenso de un mísero botones hasta llegar a ser el dueño de un elegante hotel y su posterior caída (y reencuentro consigo mismo) da pie a una novela en tono satírico, alegre y juguetón que, al discurrir por diversos momentos históricos de la hoy República Checa, sirven como anclaje para hacer una revisión de lo que significó la primera mitad del siglo XX para una sociedad soslayada en Europa hasta límites inconcebibles. Las aventuras de Jan Ditie, el protagonista de la novela, desembocarán en desgracias o en episodios tan terribles que, si no fuera por el estilo de Hrabal, habrían dado forma a una historia rocosa, densa, oscura y, por qué no decirlo, en tonos dostoievskianos.