martes, 31 de marzo de 2015
El abrazo de la Muerte
viernes, 30 de mayo de 2014
El hermano de la muerte
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miércoles, 7 de mayo de 2014
En busca de la gloria
lunes, 4 de noviembre de 2013
Tlacaxipehualiztli: la fiesta de Xipe Tótec
lunes, 30 de septiembre de 2013
Costumbres guerreras de los escitas
miércoles, 4 de septiembre de 2013
Instantáneas
Rencor
Exotismos
Generosidad
viernes, 19 de octubre de 2012
El nacimiento de un mártir
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lunes, 9 de abril de 2012
Flores silvestres
Así te fuiste:
entre lamentos y trompetas fúnebres,
con la mirada ciega apuntando al cielo,
un puñado de negras palabras crispadas en las manos.
Nunca hubo tantos cielos nublados a pleno sol,
ni siquiera cuando todos supimos
de la aciaga profundidad de tu abismo.
Poco podíamos imaginar de lo que callabas:
la circunspección sagrada de quien se encamina
hacia su propia muerte,
un silencio preñado de ignotos senderos
que cada quien andará cuando suene su hora;
pero, ¿qué podíamos decirte sin que sonara estúpido?
¿Quién tendría el descaro de darte consuelo?
Dolía mirar tus ojos y saberte tan lejos,
en ese lugar de ensueños incandescentes,
invisibles para las voces pedestres.
Pero ya iremos tras de ti, no te preocupes,
la soledad que hoy nos obsequias
será una vastedad de presencias
en las próximas décadas:
cuando la materia corrupta que nos envuelve
regrese al fuego oscuro que la hace sinuosa
y nuestra osamenta ostente el fulgor de la luna;
cuando entre las piedras que nos cubran el rostro
asomen la hierba y las delicadas flores silvestres
que entonarán nuestras sonrisas
como un sueño sin retorno.
domingo, 11 de diciembre de 2011
Amor y muerte

¿Pero a qué vienen semejantes cavilaciones? Nada en particular, buenas gentes, no deseo emprender una minuciosa tesis que agote un tema que a través de los siglos ha resultado inagotable. Sucede que hace unos días recordaba que en cierta parte de Bajo el volcán, Malcolm Lowry, o mejor dicho, el Cónsul, se queda pensando en lo similares que son los gemidos amorosos y los gemidos agónicos, lo cual por supuesto no es ningún descubrimiento del escritor inglés, ya que ha sido aprovechado por los poetas y escritores en diferentes épocas para generar metáforas en las que ambos conceptos se superponen, como si fueran dos imágenes traslúcidas que, pese a ir en direcciones distintas, pueden representar a la perfección ambos sentidos.
En Sr. Venganza, por ejemplo, del sudcoreano Park Chan-wook, hay una escena sin mucha trascendencia para la trama de la película, pero que tiene la peculiaridad de representar a la perfección esta ambigüedad: la hermana de Ryu necesita un transplante de riñón, de lo contrario estará condenada a morir con suma lentitud y grandes cantidades de dolor. De hecho ya discurre por la senda de la muerte: permanece en casa padeciendo los indescriptibles sufrimientos durante cada segundo del día, todos los días. Gime agónicamente, sin parar. Y sin sospechar que en el departamento de al lado, separado del suyo por un delgado muro, hay tres hombres que se masturban silenciosa y concienzudamente recostados uno detrás de otro, acaso creyendo que tienen la suerte de vivir al lado de una especie de ninfómana.
La escena es de una trágica comicidad. Los dos elementos están presentes de manera tan intensa que a uno le podría indignar la repugnante ocupación de los hombres (si nos colocamos en la tétrica perspectiva de la enfermedad), o bien podría dejarse arrastrar por el extraño humor que provoca la confusión. Pero, ¿qué sucedería en el hipotético caso de que los hombres se percataran de la situación real? ¿Acaso se cerrarían las braguetas con gesto de contrición?
Al final todo eso carecería de importancia, ya que la ambigüedad, una vez desterrada de ahí por la propia fuerza de los hechos, de inmediato se iría para aguardar en el recodo de cualquier otra situación en la que el amor y la muerte, esos hermanos gemelos aunque opuestos, se puedan volver a trastocar.
Publicado originalmente en La Hoja de Arena
viernes, 25 de noviembre de 2011
Al maestro con cariño (in memoriam Daniel Sada)

sábado, 9 de abril de 2011
Los dolores enterrados se han vuelto flores

Seis años ya desde aquellos desgarradores minutos, cuando tu existencia goteaba hacia el mar enigmático, ese lugar lleno de preguntas imposibles de responder. Seis años exactos, incluso en el día y el calor que caía sobre la tierra. Hoy recuerdo que antes de que llegara ese momento intenté, en medio del desamparo, ponerme dentro de tu cuerpo, sentir tus dolores, ver las cosas como pensé que tú las viste, en particular después de que te dieran la noticia que habría de perseguirte día y noche, implacablemente, aunque por fortuna, no fuera por mucho tiempo. Estos fueron los torpes resultados:
Todo vuelve a empezar,
vuelve a nacer,
el tiempo, impávido,
apenas me dejará un lapso para terminar,
para tratar de irme bien.
Salí otra vez a la vida, al día,
y de inmediato me llovieron los ojos:
¿cómo puede ser todo tan nuevo
después del escozor de un puñado de palabras?
Se han alineado las letras de mi muerte...
Pero, ¿es por eso que los árboles…?
Los árboles,
¿se agitaron siempre así,
con ese escalofrío consternado,
ahogados y ocultos a la indolencia cotidiana?
¿Han sido siempre tan árboles?
Y el viento,
¿ha tenido esa voz de cristal y hielo
desde que jugaba con mis cabellos allá en la montaña?
¿Por qué las aves trinan y saltan con esa euforia?
¿Por qué me aturde el cielo con su color de calma,
con la membrana cobriza que le impregna el sol?
¿Acaso soy yo por fin quien mira y no ese vano fantasma,
cosido al pálido escenario de la existencia diaria?
Ya no soy quien fui.
Ya casi no soy.
martes, 29 de septiembre de 2009
De los viajes sin retorno

Fue en los días más ardientes de aquella primavera. Cucarachas del tamaño de los ratones salían constantemente de las alcantarillas. Estaban tan enloquecidas por el calor que trepaban con una rapidez inaudita por las paredes y emitían un tenue y exasperante rechinido cuando sus patas resbalaban en los cristales.
Mientras tanto, ella agonizaba en su cama sin tregua desde hacía más de tres días, después de un vesánico e inútil viaje entre cadenas montañosas y brumosos calores, en el que la absurda esperanza de retrasar lo más posible eso que ya era inevitable bañaba cada uno de nuestros pensamientos. La muerte rondaba dejando una sombra cansina en el césped del jardín, sin decidirse a terminar de una buena vez con su tarea. Estábamos atontados de tanto gemir y pensar en lo irreal de aquellos momentos. Gemir y pensar, gemir y pensar. Teníamos las mejillas llenas de senderos salitrosos, residuos de lágrimas antiguas que no podían más que guiar a las nuevas hacia el final del rostro, desecándolo en forzadas y angustiosas arrugas. Y en medio de aquella espera estancada, de pronto se me ocurrió la atroz idea de recordar en voz alta los sufrimientos sin sentido de Job, quizá pensando en pasar el tiempo, o al menos mi tiempo, con un poco más de facilidad.
Mas como si fuera una señal, al llegar al punto de la apuesta divino-diabólica, ella se sacudió en un espasmo que me hizo tragarme completos los siguientes versículos. La muerte, acaso fastidiada por fin del triste carnaval, decidía terminar con aquel alargue que sería cada vez menos llevadero. Con una ronca exhalación, eso que la hacía ser ella se dirigía a no se sabe dónde. Escuché mi propio lamento, arropado entre otros gemidos más agudos y ruidosos, y de inmediato comenzaron los monótonos oleajes de los rezos.
En esas andábamos cuando de pronto el día se nubló durante unos segundos, los suficientes, sin embargo, para que con el nuevo rayo de sol que enseguida lo iluminó todo –y que se presentó con más vigor que antes–, las cosas parecieran adquirir un engañoso aire de novedad: la casa cada vez más arruinada, los muebles, los ruidos de la calle, el burdo paisaje tras la ventana. Entonces pensé que era una lástima que los ojos secos de aquel cuerpo, otrora tan amado y sufrido, con su mueca petrificada para siempre a la mitad del camino entre un dolor y una sonrisa, desde ese momento ya fueran incapaces de notarlo…
jueves, 1 de mayo de 2008
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos

Helo aquí:
Verrà la morte e avrà i tuoi occhi
questa morte che ci accompagna
dal mattino alla sera, insonne,
sorda, come un vecchio rimorso
o un vizio assurdo. I tuoi occhi
saranno una vana parola,
un grido taciuto, un silenzio.
Cosí li vedi ogni mattina
quando su te sola ti pieghi
nello specchio. O cara speranza,
quel giorno sapremo anche noi
che sei la vita e sei il nulla.
Per tutti la morte ha uno sguardo.
Verrà la morte e avrà i tuoi occhi.
Sarà come smettere un vizio,
come vedere nello specchio
riemergere un viso morto,
come ascoltare un labbro chiuso.
Scenderemo nel gorgo muti.
*
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
esta muerte que nos acompaña
del amanecer a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo. Tus ojos
serán una palabra vana,
un grito acallado, un silencio.
Así los miras cada mañana
cuando te inclinas hacia ti misma
en el espejo. Oh amada esperanza,
aquel día también nosotros sabremos
que eres la vida y eres la nada.
Para todos la muerte tiene una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como abandonar un vicio,
como ver en el espejo
el resurgir de un rostro muerto,
como escuchar un labio cerrado.
Descenderemos mudos en la vorágine.
Imagen: Ritual de lilas, de Mark Rothko
Cesare Pavese, Verrà la morte e avrà i tuoi occhi, Einaudi, Torino, 1951.
Traducción de Víctor Sampayo.