Hace unos cuantos días terminé de leer, de manera casi consecutiva, Chevengur de Andréi Platónov, y Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa. Libros tan disímiles entre sí que bien podrían representar las antípodas literarias. En el primero, un grupo de harapientos, ignorantes y bienintencionados campesinos se dan a la tarea de barbechar el terreno «social» para la llegada de la gran utopía: el comunismo perfecto. En el segundo —que dicho sea de paso leí durante más de un año—, uno de los heterónimos más lúcidos y misántropos de Pessoa se da a la tarea de llevar un diario en el que conforma un mapa de sus tedios, sueños, infelicidades y opiniones (normalmente pesimistas), sobre los diferentes rostros de la vida. Es decir, mientras en el primero se aborda una descripción de la existencia desde el aspecto del idealismo comunal, en el segundo la vemos desde un aspecto tercamente individual. Lo curioso es que, pese a que ni Platónov pudo haber oído de Pessoa, ni viceversa, según yo, podrían ser dos libros hermanos, no sólo por el hecho de haber sido escritos más o menos por los mismos años, sino especialmente por el tono de desamparo y felicidad marchita que ambos exudan. Y también porque de alguna manera se complementan. Como si el retrato humano, a través de la lente que ambos libros otorgan, pudiera ser visto en 360 grados, desde el individualismo más recalcitrante (ese que incluso desdeña la experiencia con los semejantes por considerarla «innecesaria» cuando se es un irremediable soñador, como en el caso de Pessoa), hasta el extraño proceso de la pérdida de individualidad que sufren los habitantes de Chevengur para convertirse en «ideas hechas carne» el uno para el otro. Libros en positivo y negativo que coincidieron de forma significativa en mi poco ordenada fila de lecturas. Pero también uno de esos extraños momentos que abren la posibilidad de una reflexión, por buena, mala, o incluso por obvia que ésta pueda ser. Sí, como el presente post.
Mostrando las entradas con la etiqueta Pessoa. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Pessoa. Mostrar todas las entradas
martes, 2 de diciembre de 2014
martes, 27 de noviembre de 2012
Desasosiegos
Página 392 del Libro del desasosiego. Doy de bruces con esto: “He llegado a ese punto en el que el tedio es ya una persona, la ficción encarnada de mi convivencia conmigo mismo”. Siento como si una gota de agua helada me corriera por la espina. Más que una idea es una sensación. Lo mismo sentiría si alguien me hubiera visto en algún momento sumamente secreto, de esos que no quieres que cualquiera contemple. Si la vemos con calma, es una frase pequeña, menos de dos renglones en la edición que tengo. Pero al mismo tiempo podría ser una terrible patada en la tibia. Curioso: los poemas de Pessoa no son para mí tan definitivos. A veces incluso me da la impresión de que pecan de un exceso de melodía, como esas cancionsillas que se escuchan al azar y que sin embargo se pegan al pensamiento durante un buen rato, hasta el hartazgo. Pero el Libro del desasosiego es algo distinto, de una incandescencia salvaje, denso como puré, a pesar de ser una compilación de textos hasta cierto punto breves e inconexos. Según mi modo de ver, sería una locura querer leerlo desde el inicio hasta el final de un solo jalón. Es posible que eso causara una especie de indigestión mental. Por eso lo dejo reposando pacientemente en el librero, hasta que un buen día, sin importar la hora, lo cojo y lo abro al azar, como si fuera una bola de cristal o una tirada de cartas. Entonces leo uno o dos fragmentos –los primeros que se me atraviesan en la mirada– y de inmediato lo cierro. Raras veces ha dejado de sorprenderme. Por lo general quedo algunos instantes perturbado y receloso: ¿sería posible que un libro pudiera albergar secretos que lo «atañen a uno» de forma tan personal? Es algo que, de dejarlo crecer, seguramente engendraría insondables obsesiones. Tal vez por eso lo cierro de inmediato. Como si temiera adelantarme en cosas que aún no debería descubrir, o bien, como si pudiera aventurarme a leer mis propios pasos creyendo que se tratan de los de alguien más… Y eso, señoras y señores, además de grotesco, sería sin duda espeluznante.
jueves, 17 de marzo de 2011
Páginas al azar

Me sucede a menudo con ciertos libros. Los abro al azar y leo un párrafo, unas páginas, a veces incluso un relato. Casi nunca guardan relación con lo que sucede en mi propia vida; pero a veces sí. A veces el humor particular de un momento embona como pieza de rompecabezas con lo que encuentro en unas cuantas líneas, con una idea lúgubre o luminosa, de fraternidad o misantropía, de hastío, felicidad o indiferencia. Hoy, debido a esta forzada reclusión, abrí al azar el Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa, y justo en la página 135 encontré este puñado de agujas:
«¿Qué me importa que nadie lea lo que escribo? Lo escribo para distraerme de vivir, y lo publico porque el juego incluye esa regla. Si mañana se perdiesen todos mis escritos, sentiría pena, pero creo sinceramente que no sería una pena violenta y loca como cabría suponer, puesto que en todo eso iba toda mi vida. No es diferente, pues, de la madre que, muerto el hijo, meses después sigue ahí [?] y es la misma. La misma tierra que sirve para los muertos serviría, menos maternalmente, para esos papeles. No todo importa, y creo de verdad que hubo quien vio la vida sin una gran paciencia para con ese niño despierto y con gran deseo del sosiego de cuando ella, por fin, se haya retirado a descansar».
«¿Qué me importa que nadie lea lo que escribo? Lo escribo para distraerme de vivir, y lo publico porque el juego incluye esa regla. Si mañana se perdiesen todos mis escritos, sentiría pena, pero creo sinceramente que no sería una pena violenta y loca como cabría suponer, puesto que en todo eso iba toda mi vida. No es diferente, pues, de la madre que, muerto el hijo, meses después sigue ahí [?] y es la misma. La misma tierra que sirve para los muertos serviría, menos maternalmente, para esos papeles. No todo importa, y creo de verdad que hubo quien vio la vida sin una gran paciencia para con ese niño despierto y con gran deseo del sosiego de cuando ella, por fin, se haya retirado a descansar».
Suscribirse a:
Entradas (Atom)