sábado, 7 de junio de 2014

Cómo odiar la literatura en unos cuantos pasos



¿Es usted profesor de letras? ¿Cada tanto imparte talleres de lectura pensando que hace un bien, no sólo a la comunidad, sino a todo el género humano? Pues bien, aquí le ofrecemos un breve tutorial para que todos aquellos que lo rodean, o que se acercan a usted en busca de recomendaciones, detesten la literatura de una vez y para siempre. Lo primero que necesita es presentarse a sí mismo como una autoridad incuestionable en la materia. Una actitud solemne siempre será adecuada para llevar su imagen a alturas insospechadas. Si quiere resultados inmediatos, puede conseguir una de esas pipas que sólo los grandes ostentan y llenarla de tabaco barato, así, cuando expulse el humo sobre el rostro de quienes se le acerquen en busca de consejo, estos toserán y llenarán sus ojos de preciosas e inefables lágrimas. Jamás ría ante los comentarios de ningún lector, por más ingeniosos o lumínicos que sean, y trate de hacer ver que la literatura es lo más serio que existe en este planeta. Un puñetazo en la mesa cuando nadie lo espere siempre reforzará la idea de que usted «tiene el poder». Pero también puede toser –no se preocupe: el tabaco barato ayudará– hasta que consiga tragarse un enorme y viscoso gargajo: se sorprenderá del efecto que eso causa en sus discípulos. Es indispensable que haga de la lectura algo obligatorio: es sabido desde tiempos inmemoriales que las obligaciones siempre predisponen de forma negativa a quien sea. Y por supuesto, entre más presuntuosa sea su autoridad, mejor. Así, los libros que recomiende deberán ser tortuosos, interminables, llenos de palabras anacrónicas que exigirán al lector estar consultando diccionarios o enciclopedias cada dos o tres frases. Si se quieren resultados inmediatos, se puede proponer el análisis comparado entre el Ulises de Joyce y La Odisea de Homero. Pero también puede enfocarse en majestuosos experimentos formales, como Esplendor de Portugal de Lobo Antunes, La ratesa de Günter Grass o incluso El libro de Manuel de Julio Cortázar. O mejor aún: puede requerir una exégesis historiográfica de El Quijote, con la condición de que sea realizada en apenas un par de semanas. El método está más que comprobado: nunca falla.