viernes, 30 de marzo de 2012

Para olvidar la tristeza

A consecuencia de algunos torpes episodios personales, de los cuales no hablaré en esta ocasión, de pronto sentí la impostergable necesidad de refugiarme en un reposo absoluto. Por fortuna era un sábado y tenía a mi disposición todo el tiempo que quisiera. Permanecí en mi cama en posición supina, sin moverme, con los ojos muy abiertos. Los ruidos del mundo se hacían cada vez más protagónicos conforme avanzaban las horas. Y en cierto momento se me ocurrió asomarme a la ventana. Comprobé que la altura del Sol estaba ya cerca del mediodía. Entonces un escalofrío insondable me recorrió el cuerpo: a pesar de mi inmovilidad, una obviedad se convirtió de pronto en una iluminación. En ningún momento había permanecido quieto, la Tierra seguía girando inexorablemente, aunque en aparente calma. Me levanté de un salto y me puse a investigar las velocidades: según datos científicos, la tierra gira sobre su propio eje a razón de 465.11 m/s, algo así como 1 674 km/h. Pero ahí apenas comenzaba la cosa: acto seguido investigué la velocidad a la que orbita alrededor del Sol y encontré que es de unos 29.8 km/s, o bien, la friolera de 107 000 km/h aproximadamente. Con la boca un tanto seca continué con mis pesquisas y encontré que el Sol gira dentro de la Vía Láctea a razón de 900 000 km/h en promedio. Comprenderán que todo eso fue más que suficiente para adquirir un vértigo espectacular. Ya no quise buscar a qué velocidad viaja la propia Vía Láctea en el espacio debido a la expansión del Universo. Con lo anterior era más que suficiente para hundirme en imágenes inconexas acerca de la velocidad, el tiempo, la duración. Por ejemplo, ¿qué puede significar que nuestras míseras vidas recorran tales distancias a velocidades tan endiabladas? ¿Tienen algún sentido nuestras tristezas o alegrías, nuestros logros o sinsabores? Pues no, todo parece indicar que no. Nada importa. Ni siquiera esos tercos malestares que sobrevienen desde nuestro propio y minúsculo mundo, o bien, desde una persona que recorre, aunque no quiera, ese mismo viaje frenético con nosotros...

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Imagen: Wikipedia

lunes, 5 de marzo de 2012

Los días inútiles

Así los llamaban antiguamente los mexicanos: los días inútiles o nemontemi, ya que nada de importancia se hacía en ellos, nada se emprendía ni se esperaba, el tiempo era como agua turbia que sólo debía ser desperdiciada. Todo era en vano durante los nemontemi, todo era aciago. Si algún desdichado nacía en esos días lo llamaban Hombre inútil o El Salido en vano. Lo mismo si era mujer. Estaban malditos por haber nacido en esos días carentes de la esencia divina, en los que no hay destinos que leer porque hasta los dioses abandonan la tierra.

Una vez que finalizaba el mes de Izcalli (a finales del febrero gregoriano, según algunos), la gente comenzaba a preocuparse: en lontananza se avizoraban ya los nemontemi. Eran como vacaciones forzadas, de mal presagio, sin jolgorios ni descansos tranquilos, sin reposo benéfico. En los palacios no se gobernaba, no se oían las cotidianas voces en las calles, ni se veía a nadie arando la tierra u ofreciendo mercaderías en el tianquiztli; en la laguna los peces discurrían sin sobresaltos: no había gente en las canoas buscando su sustento.

Y si algún pobre diablo se tropezaba o reñía o se quebraba una pierna en uno de esos días, era tenido como muy mal presagio para su futuro. Y si, peor aún, alguno se veía invadido por una súbita enfermedad, era tenido como un desahuciado, como un desamparado que sin duda habría de perecer de la peor forma posible: abandonado por los dioses, ya que en los nemontemi nadie podía ejercer las artes medicinales ni curar a la gente, ni siquiera echar la suerte; eran días vacíos, estériles.

El tiempo siguió su curso y arribaron los hispanos, no sólo con su avidez de oro y la muerte refulgiendo en sus espadas, sino también con su propio calendario. Y de los nemontemi ya no se supo más. Sin embargo, no creo que hayan desaparecido así de fácil, como si tal cosa. Estoy convencido de que se dispersaron entre los días de los nuevos meses que se impusieron y que, incluso, han adquirido la capacidad de cambiar su ubicación con cada año que transcurre. Nos acechan enmascarados entre todos los demás días. Sólo es cosa de dar un paso en falso o tomar una mala decisión… y entonces tendremos el sabor de un día inútil en nuestras manos.

Imagen: Eclipse de sol. Códice Telleriano Remensis.

Publicado originalmente en La Hoja de Arena