jueves, 29 de octubre de 2009

Marilludo

Nunca un marilludo aullará solo. Dependen tan morbosamente de la presencia de su pareja, que incluso en actividades propias de la más absoluta soledad, tal como sucede con las posturas que obliga a dibujar la inminencia de las deyecciones, el otro husmea sin cesar en los alrededores con los ojos torcidos por el soslayo. Y es que a pesar del semblante terrible, agresivo y viril que portan los machos de esta especie, si acaso están solos, huyen soltando gemidos apenas audibles al primer encuentro belicoso con animales de menor tamaño y envestidura. Sólo parecen adquirir algún valor cuando la hembra, de porte aún más viril, terrible y agresivo, deambula en las cercanías. Entonces sí, chillan y bufan y aúllan juntos y muestran sus colmillos, aunque guardando una sensata distancia frente a bestias que pudieran resultar peligrosas.

Son animales de abundante pelaje, pezuñas regordetas y delicadas, hocicos prolijos, vocecillas agudas y guturales, generosas carnes en lugares inútiles del cuerpo, ojos pequeños, inquietos, siempre listos para escudriñar lo que no existe, o acaso para inventarlo si es necesario. Además, emanan todo el tiempo un muy particular hedor, con lo que se cree que atraen tanto al sexo opuesto como a una gama inconmensurable de parásitos. Cuando no los atormenta alguna necesidad fisiológica, parecen profundamente cavilosos, proclives a fútiles introspecciones, y después intercambian curiosos gruñidos en diferentes tonos, tal como si charlaran con la mayor seriedad acerca de la trascendencia de la vida.

Para desgracia de muchos, pingües ejemplares de estas bestias suelen pulular alrededor de los focos de poder, por pequeños que éstos sean, tal como lo hacen las moscas en los desperdicios. Y si entreven algún posible provecho para sí mismos, no dudan en ejercer una profusa y viscosa zalamería. Según algunos eruditos, la cópula entre estos animales resulta especialmente inmunda y ruidosa, por lo que se cree que en la antigüedad se solían sacrificar a sus vástagos mediante concienzudas palizas al creerlos producto de horrendos aquelarres y otros tantos ritos diabólicos.