martes, 17 de agosto de 2010

Panadería de Pan...


Por circunstancias que no vienen a cuento, me encontré con El alcalde de Lagos y otras consejas, un extraño libro de Alfonso de Alba, quien hace una recopilación de anécdotas de dudosa veracidad en las que se celebra la exótica inteligencia de un antiguo alcalde de Lagos de Moreno, el preindependentista Diego Romero, así como de los propios laguenses de aquellas épocas. En su estudio, Alfonso de Alba atribuye las consejas a las envidias y resentimientos que la prosperidad de Lagos provocaba en las ciudades vecinas, y encuentra sus orígenes en relatos semejantes que se escuchaban en Europa y Asia. Al final lo que siempre me agrada es la capacidad de reírse de uno mismo:


Panadería de Pan


La nomenclatura de las calles ha sido siempre un problema urbano. En la naciente villa don Diego se propuso atacarlo. Y como había confusiones lamentables sobre todo lo referente a los nombres de las tiendas, dispuso que todos los negocios aclararan, mediante un letrero en la fachada, la especialidad de la tienda y el nombre del propietario.

El primero en obedecer fue el dueño de un cajón de lencería y miscelánea. Hizo pintar este rótulo: La Aurora de Leobino Jordán. Se venden listones de todos los colores y también verdes.

En una vinatería muy visitada, en la esquina de la Plaza del Hueso (local que hoy ocupa La Mensajera) se vendían, además, menudo, vísceras y guisadas menudencias para botana de los asiduos al copeo. Y el letrero que mandaron poner por una calle decía La Vida. Más abajo este rótulo explicativo que no cupo en un solo muro: Se vende hasta el ano, y a la vuelta, checer.

Días después don Diego citó al dueño de la panadería La Espiga Dorada y le impuso una multa de cuatro reales por no acatar debidamente la disposición. Abajo del nombre del establecimiento se leía Panadería de Pan. A don Diego causó verdadera indignación que el propietario hiciera mofa de su autoridad. Cómo éste alegara, que no decía de esa manera, el alcalde se trasladó a la panadería. El negocio estaba ubicado en la esquina de las calles Real y del Panteón. Efectivamente, en la primera se leía Panadería de Pan, y en la segunda, taleón Gómez.

Querella que terminó armoniosamente con el envío de don Diego de una canasta de fruta de horno.

Imagen: grabado de Alfredo Trejo

lunes, 2 de agosto de 2010

Convicciones del poder


En el clásico de Akira Kurosawa, La fortaleza escondida (1958), cuando los parias Tahei y Matakishi son apresados y reducidos a la esclavitud por el ejército de un dictador del cual no sabremos nunca el nombre, llama mucho la atención la forma en que éste arenga, desde una majestuosa silla, a todos los esclavos que son obligados a cavar sin descanso en una especie de pozo situado por debajo de él: “Escuchen atentamente", les grita, "5 000 piezas de oro están enterradas por aquí. Hasta que lo encuentre, ustedes no son humanos, son topos. ¡A cavar! ¡Caven hasta que mueran, topos!”, acto seguido escupe con insolencia y deja de mirar hacia abajo. Aunque el tono del film hace que se nos escape la risa antes que sentir pena o compasión por el negro destino de todos esos hombres, la escena ilustra con diabólica fidelidad la naturaleza misma del poder corrompido. El dictador impone sus órdenes a los esclavos, no sólo con la absoluta convicción de que será obedecido en el acto, merced a su fuerza superior, sino también haciendo notar que los esclavos son subhombres a los ojos de su señor, idea que nos recuerda a cierto dictador austriaco-alemán que antes del mediodía del siglo XX provocara una de las masacres más horrendas de las que tenga memoria la humanidad.

Imagen: escena de La fortaleza escondida (1958), dirigida por Akira Kurosawa.