sábado, 2 de mayo de 2015

La maldad de la tierra



Una de las explicaciones más desconcertantes que he encontrado acerca del origen de la maldad que aqueja a los seres humanos está en el Libro de las Maravillas, de Marco Polo. Allí se habla de cómo el rey de Cherman hace una prueba que hoy podría ser estudiada desde la filosofía, la moral, la geopolítica e incluso la química. Pero más allá de la veracidad científica o moral de semejante afirmación, me interesan las posibilidades que se vislumbran en caso de que todo fuera cierto: si acaso el origen de nuestra maldad estuviera dramáticamente ligado a la tierra por la que discurrimos día con día…

«Os contaré cierta prueba que hicieron en el reino de Cherman. El pueblo de Cherman es bueno, humilde y pacífico, y se ayudan unos a otros cuanto pueden. Por lo cual el rey de Cherman dijo a los magistrados que estaban en su presencia:

»—Señores, me asombro mucho de no saber la razón de todo esto; en los reinos de Persia que están cerca del nuestro hay gentes tan malvadas y malhechoras que siempre se matan entre sí, mientras que entre nosotros, que somos como quien dice de ellos, casi nunca ocurre agravio ni crimen.

»Y los magistrados respondieron que la razón se encontraba en el suelo mismo. Entonces el rey envía a distintas partes de Persia y sobre todo al reino de Ispahán citado anteriormente, cuyos habitantes sobrepasan a los demás en toda clase de fechorías, y allí, siguiendo el consejo de sus magistrados, hace cargar de tierra siete naves y traerlas a su reino. Una vez que la trajeron, la hizo desparramar por ciertos mercados como si fuera pez, y luego mandó extender tapices encima para que no se ensuciasen quienes la pisaran, tan delicadas eran sus costumbres. Y cuando ocuparon su sitio en aquellos mercados para comer, inmediatamente después de la comida empezaron a reñir unos con otros con palabras y gestos insultantes y a herirse mutuamente. Entonces dijo el rey que la tierra era realmente la causa.»*

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*Marco Polo, Libro de las Maravillas, Ediciones Bailén, Bercelona, 1997. pp. 79-80


Imagen tomada de aquí