miércoles, 19 de diciembre de 2012

Pequeña biografía de Satanás


Si algo nos ha enseñado la literatura a través de los siglos, es que uno puede encontrarse con toda clase de personajes en los caminos de esta triste vida, y eso, naturalmente, va desde lo más sórdido hasta lo más angelical, pasando por una casi inconmensurable gama de matices y humores. Sin embargo, uno de los personajes que más ha aparecido en las grandes obras es el propio Príncipe de las Tinieblas, quien, según el narrador en turno, adquiere características más complejas que las que tradicionalmente les achaca nuestra superstición. En Diccionario jázaro, por ejemplo, Milorad Pavić nos asegura que cada una de las tres religiones monoteístas tiene a sus propios demonios, los cuales se rigen por reglas que no se parecen a las de las otras dos. Y con el fin de que no vayamos alegremente por ahí sin cuidarnos las espaldas, transcribo –con el entusiasmo de quien hace un servicio a la comunidad– un fragmento que describe a grandes rasgos las características del diablo cristiano:

«SEVASTO, NIKON (siglo XVII) – Según una leyenda, junto al río Morava, en la garganta de Ovčar, en los Balcanes, durante algún tiempo había vivido con ese nombre Satanás. Era muy bondadoso, llamaba a todos por su propio nombre y trabajaba como protocalígrafo en el monasterio de Nikolje. Donde se sentaba, sin embargo, dejaba la impresión de dos mejillas, y en el lugar de la cola tenía la nariz. Afirmaba que en su vida anterior había sido diablo en el infierno judío al servicio de Gueburah y Belial; sepultaba a los golems en los desvanes de las sinagogas, hasta que un otoño, cuando los excrementos de los pájaros se habían vuelto venenosos y quemaban las hojas y la hierba sobre las cuales caían, pagó a un hombre para que lo matara. Fue un modo de pasar del infierno judío al cristiano [...] Según otras leyendas, no necesitó morir para pasar de un infierno a otro, sino que le bastó dar a un perro un poco de su sangre, después de lo cual entró en la tumba de un turco, le cogió por las orejas, le desolló y se lo puso. Por eso en sus bellos ojos robados a aquel turco se entreveían ojos de cabra. Debía mantenerse alejado del pedernal, cenar después que los demás y robar cada año una piedra de sal. Se cree que de noche montaba los caballos del monasterio y de la aldea, y éstos realmente por la mañana estaban cubiertos de espuma, embarrados y con las crines trenzadas. Dicen que lo hacía para refrescarse el corazón, porque su corazón había sido cocido en vino hirviente [...] Se vestía ricamente, pintaba frescos con gran habilidad y, según la leyenda, ese talento se lo había dado el arcángel Gabriel. Sus frescos se conservan en las iglesias de la garganta de Ovčar con epígrafes que, si se leen de una pintura a otra en un orden determinado, forman un mensaje. Este será legible mientras existan los frescos. Nikon dejó ese mensaje para sí mismo, cuando vuelva a la vida trescientos años después, porque los demonios, como decía, nada recuerdan de la vida anterior y tienen que arreglárselas de esta manera».


@elReyMono