miércoles, 28 de diciembre de 2011

Sigo caminando hacia el fin de mis días




Y ahí está el nuevo horizonte: la madurez corporal y laboral en pleno, la mente cada vez más inclinada en convertir extravagancias en palabras, las lecturas que se reproducen como los panes y los peces, algunos sueños reventados en el suelo, otros pocos adentrándose en el azul invernal del cielo; los dolores y su lenta petrificación, el amor y esa fuga que pareciera perpetua. No hay gran cosa que decir. El telón de otro año está cayendo y yo sigo en busca de mí, de ti, de uno de los pocos sueños que no ha sido tragado aún por la árida sed de la tierra...

domingo, 11 de diciembre de 2011

Amor y muerte


El amor y la muerte suelen ser vistos como una suerte de hermanos opuestos. Mientras que el amor se asocia con la fusión creadora, la muerte es el confín en donde se deposita toda vida. La existencia misma se debate entre el impulso amoroso o creador y el siempre acechante miedo a la muerte, o bien a una desaparición tras la que no tenemos más que andrajosas conjeturas, a las cuales solemos dar pomposos nombres como filosofía o religión.

¿Pero a qué vienen semejantes cavilaciones? Nada en particular, buenas gentes, no deseo emprender una minuciosa tesis que agote un tema que a través de los siglos ha resultado inagotable. Sucede que hace unos días recordaba que en cierta parte de Bajo el volcán, Malcolm Lowry, o mejor dicho, el Cónsul, se queda pensando en lo similares que son los gemidos amorosos y los gemidos agónicos, lo cual por supuesto no es ningún descubrimiento del escritor inglés, ya que ha sido aprovechado por los poetas y escritores en diferentes épocas para generar metáforas en las que ambos conceptos se superponen, como si fueran dos imágenes traslúcidas que, pese a ir en direcciones distintas, pueden representar a la perfección ambos sentidos.

En Sr. Venganza, por ejemplo, del sudcoreano Park Chan-wook, hay una escena sin mucha trascendencia para la trama de la película, pero que tiene la peculiaridad de representar a la perfección esta ambigüedad: la hermana de Ryu necesita un transplante de riñón, de lo contrario estará condenada a morir con suma lentitud y grandes cantidades de dolor. De hecho ya discurre por la senda de la muerte: permanece en casa padeciendo los indescriptibles sufrimientos durante cada segundo del día, todos los días. Gime agónicamente, sin parar. Y sin sospechar que en el departamento de al lado, separado del suyo por un delgado muro, hay tres hombres que se masturban silenciosa y concienzudamente recostados uno detrás de otro, acaso creyendo que tienen la suerte de vivir al lado de una especie de ninfómana.

La escena es de una trágica comicidad. Los dos elementos están presentes de manera tan intensa que a uno le podría indignar la repugnante ocupación de los hombres (si nos colocamos en la tétrica perspectiva de la enfermedad), o bien podría dejarse arrastrar por el extraño humor que provoca la confusión. Pero, ¿qué sucedería en el hipotético caso de que los hombres se percataran de la situación real? ¿Acaso se cerrarían las braguetas con gesto de contrición?

Al final todo eso carecería de importancia, ya que la ambigüedad, una vez desterrada de ahí por la propia fuerza de los hechos, de inmediato se iría para aguardar en el recodo de cualquier otra situación en la que el amor y la muerte, esos hermanos gemelos aunque opuestos, se puedan volver a trastocar.

Publicado originalmente en La Hoja de Arena