jueves, 22 de abril de 2010

Mapas



Una noche me puse a rememorar los hechos que habían tenido lugar ese mismo día. Burda cotidianidad en casi todo momento: mismas cosas, mismas sombras, mismas actividades, así hasta el imprevisto y fugaz encuentro con una persona cuya importancia pudo haber crecido hasta la demencia en mi vida. El encuentro, si es que se le puede llamar así, no pasó del silencio –un gran cristal nos separaba mientras yo caminaba en la calle y ella comía en un restaurante–, quizás apenas una intensidad descomunal en la mirada y una taquicardia que bajo otras circunstancias podría considerarse fatal. Unos cuantos segundos.

Y así el previsible florecimiento de los "hubieras", el repetitivo repaso de los acontecimientos, como quien cepilla una alfombra para intentar devolverle el color que el polvo le sustraía. Entonces llegué a la imagen de un mapa que, dependiendo las circunstancias, se acercaba o se alejaba de los detalles que envuelven la vida de uno: un mapa semejante a cualquier mapa, donde todos los seres humanos son puntos de cierto color uniforme, los cuales no cesan de moverse, rayoneándolo continuamente con sus diversas trayectorias. El movimiento de todos los puntos es un hormigueo colosal, enloquecedor, sin importar que sea de día o de noche. Mas de pronto, cuando en la vida uno se encuentra con alguien a quien no ha visto desde hace mucho tiempo; o más aún, cuando en ese momento se conoce recién a alguien, sin sospechar siquiera cuán importante será, para bien y para mal, su existencia en nuestro futuro, me convencí, en fin, de que algo debe suceder con esos puntos.

Porque con todos los garabatos que uno dibuja en ese mapa, con esas intrincadas distancias previas a un encuentro trascendental, los puntos del mapa deben cambiar de color y comenzar a generar significados; o sucede quizás que en lugar de garabatos trazamos en realidad una misteriosa escritura que habla de nosostros mismos, la cual, para nuestra propia fatalidad, nunca podremos descifrar en el momento oportuno.

jueves, 15 de abril de 2010

Los días incendiados


Durante siete días y siete noches estarán Los días incendiados (en versión PDF) al alcance de cualquier persona del planeta Tierra que decida estirar la mano y clicar dos o tres veces en el ratón de su ordenador. Después de ese lapso, que vencerá el miércoles 21 de abril de 2010 a las 23:59 (Hora del centro de México), el PDF tendrá un costo, meras aspirinas para el ego, de 2 €. El libro también estará disponible físicamente bajo el sistema de impresión bajo demanda de Bubok, con un costo de 9.50 € (hice la prueba en México y con todo y los gastos de envío a cualquier parte del país sale en 11.50 €, algo así como 190 pesos). A quienes viven en la Ciudad de México, pronto tendrán noticias de las presentaciones que se están planeando.

Así, con Los días incendiados inauguramos oficialmente el sello de escritores Mono de Piedra, y esperamos que sea el primero de varios proyectos que irrumpan, de una manera harto sencilla para el lector de hoy, en el planisferio general de las letras.


Palabras preliminares

Debo confesar que tras Los días incendiados se esconden las Crónicas de una adolescencia tardía, que era el primer intento de nombrar este puñado de tristes aventuras, nacidas en un lapso que va desde 2001 (como en el caso de "El ausente") hasta 2007 (como sucedió con "De las cosas que se van"). Sin embargo, cuando me di cuenta de que el nombre se parecía sospechosa y alarmantemente a un libro que respeto de forma casi mística, decidí alejarme de inmediato e intentar una ruta menos reveladora. La elegida para representar a las demás resultó ser la que menos hubiera pensado en un principio: "Los días incendiados", o bien, de cómo en la verdad se trasluce la mentira... Pero eso ya se verá a su debido tiempo.

Por lo pronto, quiero dejar constancia de que finalmente saldo mi deuda con el fantasma del silencio, quien no dudó en atormentarme durante todos estos años de debates hamletianos acerca de mi Yo como escritor. Así pues, hasta hoy los vientos propicios hincharán las velas. Es hora de dejarlo navegar, o acaso naufragar. Y que el buen lector juzgue y se apiade de los protagonistas de estos días llenos de fuegos no siempre asombrosos.


V. S.