Mañana. Resabios nocturnos se escapan. Miradas, cerca y lejos. Fruta y luz. Plantas verdes, mate. Automovil y tráfico. Música. Una lámina de sol. Carretera hacia adelante. Pueblos. Preguntas. Nubes como borregos. Las manos en el volante. El recuerdo fugaz de una tonada. Hljómalin. Vacío en las entrañas. Carretera sinuosa. Mirada perdida. Bruma. Montañas. Recuerdos inconexos. Familia lejana. Amor, amores. Muerte, nudos y liviandades. Ascenso. Bosque. Aire frío. Ruido de motor. Montañas cada vez más grandes. Preguntas ancestrales, a mí mismo, al que fui, al que soy. Rostros yendo y viniendo. Comienza la tarde. Oyameles danzantes. Nubes y sol. La mano por la ventanilla. Aire, existencia. Al fin los pies sobre la tierra. Arena y cumbres. Los volcanes. Uno fuma y la otra duerme. Viento que corta. Pasos. Colores irreales, como en ciertos sueños. Rocas. Mucho amarillo y azul. Silencio profundo. Ganas de ser etéreo. Palabras que caen como hojas. Ciclos, una vez más. Los minutos desembocando en el pasado. Comida frugal. Retorno a la cotidianidad. Sol invernal al poniente. A lo lejos la ciudad. Hljómalin en la radio como el primer resplandor casual...
miércoles, 29 de diciembre de 2010
Resplandores
Mañana. Resabios nocturnos se escapan. Miradas, cerca y lejos. Fruta y luz. Plantas verdes, mate. Automovil y tráfico. Música. Una lámina de sol. Carretera hacia adelante. Pueblos. Preguntas. Nubes como borregos. Las manos en el volante. El recuerdo fugaz de una tonada. Hljómalin. Vacío en las entrañas. Carretera sinuosa. Mirada perdida. Bruma. Montañas. Recuerdos inconexos. Familia lejana. Amor, amores. Muerte, nudos y liviandades. Ascenso. Bosque. Aire frío. Ruido de motor. Montañas cada vez más grandes. Preguntas ancestrales, a mí mismo, al que fui, al que soy. Rostros yendo y viniendo. Comienza la tarde. Oyameles danzantes. Nubes y sol. La mano por la ventanilla. Aire, existencia. Al fin los pies sobre la tierra. Arena y cumbres. Los volcanes. Uno fuma y la otra duerme. Viento que corta. Pasos. Colores irreales, como en ciertos sueños. Rocas. Mucho amarillo y azul. Silencio profundo. Ganas de ser etéreo. Palabras que caen como hojas. Ciclos, una vez más. Los minutos desembocando en el pasado. Comida frugal. Retorno a la cotidianidad. Sol invernal al poniente. A lo lejos la ciudad. Hljómalin en la radio como el primer resplandor casual...
jueves, 23 de diciembre de 2010
Pasos
[1] Jerzy Andrzejewski, Las puertas del paraíso, Pretextos, 2004, p. 54
viernes, 3 de diciembre de 2010
Divas
lunes, 22 de noviembre de 2010
Virtudes invaluables
lunes, 8 de noviembre de 2010
Dos noches (epílogo)
Cuando el hombre se va a la cama, su alma lo abandona y asciende a lo alto. Pero, ¿en realidad ascienden todas las almas? No todas ven el rostro del Rey. Sin embargo, el alma sí asciende, y nada queda en el cuerpo más que cierta impresión de vida en el corazón; el alma se va y trata de ascender. Tiene que cruzar muchos niveles diferentes. Allí se mueve y es confrontada por las engañosas luces de la impureza. Si es pura y no fue contaminada durante el día, asciende a los reinos superiores. Pero si no es pura se contamina entre ellas, se une a ellas y no asciende más allá. Ahí recibe cierta información y con ella puede percibir lo que sucederá en el futuro inmediato. A veces se burlan de ella y le dicen mentiras. Sigue así durante toda la noche hasta que el hombre despierta y ella regresa a su lugar.[1]
[1] Zohar. Libro del esplendor, CONACULTA, México, 2002, pp. 151-152.
jueves, 21 de octubre de 2010
Dos noches
jueves, 23 de septiembre de 2010
Adicciones tardías
Es decir, adquirí el virus del lector irremediable que aún hoy me atosiga.
viernes, 3 de septiembre de 2010
La raíz del odio
Hace unos días, por ejemplo, entre la muchedumbre del metro de pronto choqué hombro a hombro con un tipo que ostentaba unos músculos de proporciones anabólicas. El hecho de que alguien físicamente inferior como yo lo hubiera hecho trastabillar, resultó más fuerte que él y que sus músculos, porque de inmediato se puso a odiarme con una estridencia que muy pocas veces he visto. Lo supe por la mirada que me arrojó, y porque en seguida me hizo señas y rechinidos de dientes para que me bajara del vagón y él pudiera golpearme hasta que los nudillos le dolieran; pero yo me quedé entre los apretujones del interior y lo miré con un gesto de total aburrimiento –aunque por dentro, mi instinto de supervivencia era una liebre que temblequeaba en posición fetal debajo de un periódico viejo.
Lo curioso de todo es que el tipo nunca alzó la voz, como si a pesar de todo una especie de vergüenza le impidiera dejarse invadir por la ira. Se quedó cejijunto, mirándome a través del cristal mientras el tren avanzaba. Seguramente se desquitaría con el primero que se cruzara en su camino, lo cual no era nada difícil siendo la hora pico.
Ese mismo día me habría puesto a revisar su biografía en la Enciclopedia de los muertos, retroceder algunos párrafos, antes de aquellos que narrarían su encuentro conmigo, hasta llegar a la descripción de su adolescencia, muy probablemente frágil, al miedo morboso que seguramente le provocaba la idea del dolor físico, el posterior deslumbramiento de los gimnasios y las agujas, el amor por los espejos; el giro de la rueda, digamos. Pero me acabo de acordar que la Enciclopedia de los muertos sólo funciona cuando la persona muere, ya que solamente entonces se publicará su biografía. Pequeño detalle que da al traste con todo.
martes, 17 de agosto de 2010
Panadería de Pan...
Panadería de Pan
La nomenclatura de las calles ha sido siempre un problema urbano. En la naciente villa don Diego se propuso atacarlo. Y como había confusiones lamentables sobre todo lo referente a los nombres de las tiendas, dispuso que todos los negocios aclararan, mediante un letrero en la fachada, la especialidad de la tienda y el nombre del propietario.
El primero en obedecer fue el dueño de un cajón de lencería y miscelánea. Hizo pintar este rótulo: La Aurora de Leobino Jordán. Se venden listones de todos los colores y también verdes.
En una vinatería muy visitada, en la esquina de la Plaza del Hueso (local que hoy ocupa La Mensajera) se vendían, además, menudo, vísceras y guisadas menudencias para botana de los asiduos al copeo. Y el letrero que mandaron poner por una calle decía La Vida. Más abajo este rótulo explicativo que no cupo en un solo muro: Se vende hasta el ano, y a la vuelta, checer.
Días después don Diego citó al dueño de la panadería La Espiga Dorada y le impuso una multa de cuatro reales por no acatar debidamente la disposición. Abajo del nombre del establecimiento se leía Panadería de Pan. A don Diego causó verdadera indignación que el propietario hiciera mofa de su autoridad. Cómo éste alegara, que no decía de esa manera, el alcalde se trasladó a la panadería. El negocio estaba ubicado en la esquina de las calles Real y del Panteón. Efectivamente, en la primera se leía Panadería de Pan, y en la segunda, taleón Gómez.
Querella que terminó armoniosamente con el envío de don Diego de una canasta de fruta de horno.
Imagen: grabado de Alfredo Trejo
lunes, 2 de agosto de 2010
Convicciones del poder
Imagen: escena de La fortaleza escondida (1958), dirigida por Akira Kurosawa.
martes, 13 de julio de 2010
Melancondrio
Quizá la característica más peculiar de este animal de sangre fría, es la incesante capacidad para odiar todo aquello que más admira, ya que sus limitaciones mentales han hecho de él un ser profundamente resentido contra la naturaleza. Esta notable ambivalencia la padece especialmente con relación a los itxangos, los cuales lo maravillan e irritan en igual medida por el desenfado con el que, desde la comodidad de los árboles, eructan, chillan, comen, defecan o incluso practican el onanismo, sin mostrar interés alguno por lo que sucede en el suelo, que es donde los melancondrios pasan toda su vida.
Los ejemplares de esta especie suelen vivir en las madrigueras paternas hasta bien entrada la madurez, y no conformes con ello, consagran el día a la pereza o a discurrir fanfarronamente por los alrededores, con lo que los padres, instigados por una lenta pero inexorable morriña, se pasan la vejez añorando una mudanza hacia lejanas tierras, aunque dejar sin cobijo a sus descendientes siempre les impide dar el primer paso, de suerte que mueren cerca de la madriguera y sirven de alimento para sus vástagos por algunos días.
Cuando los melancondrios son aquejados por la sed, emprenden un extraño rito, ya que prefieren acudir a depósitos de aguas tranquilas para contemplar exhaustivamente su reflejo con actitudes muy semejantes a las de los seres humanos, por lo que muchos estudiosos los han relacionado con personajes antiguos que se enamoran fatalmente de sí mismos. La paradoja es que los melancondrios sufren lo indecible cuando tratan de aparearse, y entonces, acaso sugestionados por las costumbres libertinas de los itxangos, practican un onanismo desenfrenado que los mantiene de pésimo humor durante los meses de más calor.
Se desconoce su lugar de origen debido a que en diversas culturas aparentemente inconexas, existen relatos que se refieren a los melancondrios y a la metamorfosis que sufre su apariencia según la distancia a la que se les mire, ya que de lejos parecen muy semejantes a cierta clase de primates, mientras que de cerca se advierten a la perfección sus lazos de parentesco con los reptiles.
lunes, 21 de junio de 2010
Inocentes palabras
Sin embargo, después de sorber con un ruidillo burbujeante mi taza de té, que para mi mala fortuna aún no tenía una temperatura bebible, la conversación recayó en Borges, con lo que todo pareció adquirir un aire sagrado en la cafetería. Me sentí, por decirlo así, en mi hábitat, como si estuviera destinado a oficiar una fastuosa misa: celebré lo inaprensible de su prosa, sus giros inesperados, la minuciosa búsqueda de las palabras, las indispensables referencias, y me entusiasmé tanto, que no dudé en lanzar abundantes loas a su “majestuosa envergadura”. Ella permaneció boquiabierta, embelesada, con unos ojos en los que de seguro se asomaban los secretos más profundos de los mares. Mas en cuanto hice la pausa para sorber nuevamente de mi té, después de que las últimas dos palabras quedaran resonando en el ambiente por algunos segundos, de pronto su semblante cambió: se sobresaltó y me observó con una especie de ofendida curiosidad, enseguida palideció y un segundo después estaba tan roja como las luces típicas de los lugares prohibidos. Antes de que pudiera seguir con mi panegírico, su palma ya se había estrellado en mi mejilla con un ruido como el que producen ciertas pistolas antiguas. A manera de limosna me dejó los restos de su perfume y un dramático “¡Cómo te atreves, el pobre…!” y de inmediato se alejó, llevándose con ella sus magníficas piernas.
Yo me quedé allí, por supuesto, sentado sobre mi culo como si nada hubiera ocurrido, dando vueltas con una cucharita al verdoso líquido que humeaba en mi taza y pensando en mil locuras que nada tenían que ver con el lugar en el que estaba. Un mecanismo de autodefensa, supongo. Por lo demás, a lo largo del par de horas que di vueltas con la cucharita a las diversas tazas que me llevó un camarero cada vez más enfurruñado, me fui convenciendo de que las palabras, aun aquellas que parecen más inocentes, en todo momento son acechadas por el sonriente demonio del malentendido.
martes, 1 de junio de 2010
De los escritores medianos
Y asimismo, Benjamin apunta hacia el éxito inmediato como algo fundamental para la existencia del escritor mediano o secundario, ya que la influencia de los grandes no se podría medir con algo tan efímero como el éxito presente. Su influjo es sencillamente histórico y sólo se puede observar “a través de la lente de los siglos”. Ahora bien, 6 ó 7 años más tarde, en Ferdydurke, Gombrowicz da su propia opinión acerca de los escritores “medianos”, pero contrariamente a Benjamin, no les concede el amparo del contexto de una época, sino que les propina una paliza metafísica, la cual transcribo no sin un escalofrío:
¿En qué, pues, consiste la situación del escritor secundario, sino en un solo y gran repudio? El primer y despiadado repudio se lo aplica el lector común, que terminantemente se niega a gozar de sus obras. El segundo e infame repudio se lo aplica su propia realidad, que él no supo expresar, siendo copiador e imitador de los maestros. Pero el tercer repudio y puntapié, el más infamante de todos, le viene de parte del Arte, en el que quiso refugiarse, y el cual lo desprecia por incapaz e insuficiente. Y esto ya colma la medida del oprobio. Aquí empieza ya la completa orfandad. Esto ocasiona que el secundario se convierta en objeto de una burla general, bajo el fuego graneado del repudio. En verdad, qué se puede esperar de un hombre repudiado tres veces y cada vez con más oprobio? ¿Acaso un hombre así acabado no debería desaparecer, esconderse en alguna parte para que no se le viera? ¿Acaso la insuficiencia, desfilante en pleno día, ansiosa de honores, no debe provocar hipo al universo?
jueves, 20 de mayo de 2010
Los días llegan abrasados
jueves, 6 de mayo de 2010
Buharza
En su cotidiana interacción con otros animales, las buharzas siempre sospechan que todos a su alrededor chapalean en los pantanos de la pereza, con lo que no dudan en graznarles severos sermones llenos de moralidad y buenas maneras con ese timbre fúnebre que las caracteriza, mientras que, para sorpresa de no pocos estudiosos, consienten e instigan los más ínfimos caprichos de los colosales grosopótamos, esas increíbles bestias consagradas a la abulia, dando pie con ello a incontables y escalofriantes leyendas acerca de sus amores contra natura.
Y contrastando con esto último, se cree que debido al deprimente espectáculo de sus ritos de apareamiento con miembros de su propia raza, las buharzas están condenadas a una lenta e inexpugnable extinción, con lo que diversas instituciones asumieron la tarea de recolectar ejemplares para analizar sus claves genéticas y asegurar su futuro en esta tierra; pero los recientes datos acerca de una extraña epidemia de tristeza, cuyos focos principales han sido ubicados en dichas instituciones por los expertos, han puesto en duda la posibilidad real de su subsistencia.
jueves, 22 de abril de 2010
Mapas
Una noche me puse a rememorar los hechos que habían tenido lugar ese mismo día. Burda cotidianidad en casi todo momento: mismas cosas, mismas sombras, mismas actividades, así hasta el imprevisto y fugaz encuentro con una persona cuya importancia pudo haber crecido hasta la demencia en mi vida. El encuentro, si es que se le puede llamar así, no pasó del silencio –un gran cristal nos separaba mientras yo caminaba en la calle y ella comía en un restaurante–, quizás apenas una intensidad descomunal en la mirada y una taquicardia que bajo otras circunstancias podría considerarse fatal. Unos cuantos segundos.
Y así el previsible florecimiento de los "hubieras", el repetitivo repaso de los acontecimientos, como quien cepilla una alfombra para intentar devolverle el color que el polvo le sustraía. Entonces llegué a la imagen de un mapa que, dependiendo las circunstancias, se acercaba o se alejaba de los detalles que envuelven la vida de uno: un mapa semejante a cualquier mapa, donde todos los seres humanos son puntos de cierto color uniforme, los cuales no cesan de moverse, rayoneándolo continuamente con sus diversas trayectorias. El movimiento de todos los puntos es un hormigueo colosal, enloquecedor, sin importar que sea de día o de noche. Mas de pronto, cuando en la vida uno se encuentra con alguien a quien no ha visto desde hace mucho tiempo; o más aún, cuando en ese momento se conoce recién a alguien, sin sospechar siquiera cuán importante será, para bien y para mal, su existencia en nuestro futuro, me convencí, en fin, de que algo debe suceder con esos puntos.
Porque con todos los garabatos que uno dibuja en ese mapa, con esas intrincadas distancias previas a un encuentro trascendental, los puntos del mapa deben cambiar de color y comenzar a generar significados; o sucede quizás que en lugar de garabatos trazamos en realidad una misteriosa escritura que habla de nosostros mismos, la cual, para nuestra propia fatalidad, nunca podremos descifrar en el momento oportuno.
jueves, 15 de abril de 2010
Los días incendiados
Así, con Los días incendiados inauguramos oficialmente el sello de escritores Mono de Piedra, y esperamos que sea el primero de varios proyectos que irrumpan, de una manera harto sencilla para el lector de hoy, en el planisferio general de las letras.
Palabras preliminares
Debo confesar que tras Los días incendiados se esconden las Crónicas de una adolescencia tardía, que era el primer intento de nombrar este puñado de tristes aventuras, nacidas en un lapso que va desde 2001 (como en el caso de "El ausente") hasta 2007 (como sucedió con "De las cosas que se van"). Sin embargo, cuando me di cuenta de que el nombre se parecía sospechosa y alarmantemente a un libro que respeto de forma casi mística, decidí alejarme de inmediato e intentar una ruta menos reveladora. La elegida para representar a las demás resultó ser la que menos hubiera pensado en un principio: "Los días incendiados", o bien, de cómo en la verdad se trasluce la mentira... Pero eso ya se verá a su debido tiempo.
Por lo pronto, quiero dejar constancia de que finalmente saldo mi deuda con el fantasma del silencio, quien no dudó en atormentarme durante todos estos años de debates hamletianos acerca de mi Yo como escritor. Así pues, hasta hoy los vientos propicios hincharán las velas. Es hora de dejarlo navegar, o acaso naufragar. Y que el buen lector juzgue y se apiade de los protagonistas de estos días llenos de fuegos no siempre asombrosos.
viernes, 26 de marzo de 2010
Demonios cotidianos
Hace unos meses releí, después de muchos años, el pequeño relato “El demonio de la perversidad”, de Edgar Allan Poe, en la traducción de Julio Cortázar. En la primera lectura tenía menos de dieciocho años, estaba descubriendo apenas, tardíamente, el mundo de los libros y buscaba por sobre todas las cosas lecturas dañadas, aunque si alguien me hubiera preguntado acerca del significado de esa palabra, no habría podido explicarlo más que por alusiones inconexas: algo como Kafka, como Quiroga, o ya de perdida como Lovecraft. Por supuesto, en ese entonces me pareció un relato insulso, aburrido inclusive con esa rara particularidad de ser un cuento ensayístico en el que se describe una fascinación por la propia perdición, algo que además experimentan otros personajes del mismo Poe. Y si además agrego que no tenía nada de demoniaco como el título lo sugería, sino sólo una perorata explicativa…, en fin, la clase de cosas que algunos pensamos a esa edad.
El tiempo, las vivencias y un sinfín de pequeñas y grandes casualidades me llevaron nuevamente a ese relato, y lo curioso es que ahora alumbró descarnadamente diversos episodios de mi vida en los que he sido traicionado por mi propio pensamiento, en ocasiones para bien, casi siempre para mal. ¿Cuántas veces ese “actuar de cierto modo por la razón de que no deberíamos actuar” me ha llevado a situaciones incómodas? Tras el repaso nocturno de muchas de ellas, llego a la conclusión de que algo dentro de mí hizo que se me desatara la lengua o que reaccionara de un modo ya fuera indolente o agresivo, lo que al final de cuentas me resultaría contraproducente.
Gracias a Poe, ahora imagino ese impulso irracional como un demonio, y no puedo dejar de verlo sentado a horcajadas en mi hombro, acaso riendo de buena gana con mis estupideces o chillándome en la oreja de forma desabrida cuando voy a hacer algo de lo que después me arrepentiré. Aconsejándome a su manera, digamos.
De sólo pensarlo, me dan unas ganas terribles de actuar impulsivamente…
* Imagen: detalle de El jardín de las delicias (1504), de Hieronymus Bosch (El Bosco).
martes, 9 de marzo de 2010
Los pasos son peces en aguas nuevas (II)
La fatiga apenas deja tiempo
tras diversos cristales
mis dedos tardos se entierran
en el fluido oscuro de tu pelo,
como tanteando un río que corre hacia la noche;
me reciben tus labios de veneno, tus senos,
y me asfixio dulcemente al inhalarte.
Y entonces enloquezco: te cubro de aliento,
te muerdo, te oprimo, te agobio,
te obligo a mirar tu angustia
en las aguas no siempre límpidas de los espejos.
Y después quedamos tendidos,
enredados de cualquier forma,
como marionetas abandonadas en la oscuridad
de un viejo teatro,
hasta que la luz transparente fractura
la glacial monotonía del reloj:
la hora de arrojar los pasos hacia el polvo del camino.
lunes, 15 de febrero de 2010
Una tarde
13 de diciembre de 2003. Seguimos en Florencia. Estoy recostado bocabajo en la gran cama doble de nuestra habitación. Es uno de los pocos días soleados que nos han tocado en esta ciudad. Los postigos están abiertos de par en par, dejando ver al sol justo en medio de la ventana, aunque detrás de un tenue velo de nubes. El día es bello, cierto, pero me siento oscuro, lúgubre, como chapoteando en una nostalgia inexplicable y con unas ganas terribles de estar en cualquier otra parte o en cualquier otro momento. Al mismo tiempo escucho una vocecilla dentro de mi cabeza: “Que parezca que eres feliz de estar en Florencia…” Mas no puedo, de hecho no sé si en realidad se pueda, aunque cuando lo imaginaba creía que así sería, en automático.
Ahora ella está asomándose por la ventana, mirando hacia esa calle de la que surgen rumores cada tanto: algún perro que ladra, pajarillos que parecen discutir acaloradamente, árboles temblorosos, conversaciones lejanas de las que es imposible entender nada; quizá ella está igual que yo, quizá quiera algo más; lo cierto es que el sol ya se desplazó con esa prisa tan característica de los días de acá. De pronto escucho el silbido que anuncia que el agua está lista para convertirse en té. Y así se lo hago saber. Pero en cuanto escucho mis palabras, me parecen huecas, oxidadas, como si las hubiera sacado recién de una caverna. Mientras tanto, ella sigue allí: con su contorno resplandeciendo en dorado gracias al ángulo oblicuo del sol. Entonces siento que ese “algo” me arrastra nuevamente hacia otras partes...
Ella: Carajo, si tan sólo pudiera moverse de allí, hacer algo por sí mismo, pero no, sólo permanece acostado, sin moverse, cubierto con esa película de polvo, petrificado en la acción de reventarse un grano majestuoso situado en medio del desierto de su mejilla.
Él: Es tan fácil sentir tu aroma que a veces pienso que vivo y duermo con una flor, la cual se agita sin cesar gracias a los oleajes nocturnos...
martes, 2 de febrero de 2010
Los pasos son peces en aguas nuevas (I)
El aire se desprende de su túnica de polvo,
permanece frío, desnudo,
ausente a la mirada entornada.
Lenta se desgrana la marcha,
igual que las hojas adormecidas bogando hacia la hojarasca.
Andamos y vamos con nuestras vidas a cuestas,
con el miedo normal de los extraños
que se asombran de los días ajenos, lejanos.
Los pasos,
sacudidos por gélidas ventoleras,
echan a volar por encima de las distancias azules,
entre el agudo vaho de la hierba,
del agua, de nuestra gris miseria.
Vamos con los ojos arropados de silencio,
listos para el asombro zigzagueante de las aceras,
para atrapar en capullos tibios
los rumores pulidos de las estrellas.
El camino aún es largo,
sin embargo, recién empieza.
Rebaños de nubes pacen sobre la orilla de la tarde
y a mitad de la calle entumecida, surge la pregunta,
como un bejuco inesperado
que trepara por la luz joven de la luna:
¿Así lo imaginabas...?
Y sin embargo no hay espinas en la voz:
la pregunta es una barca hendiendo la niebla densa,
como los sueños que se deshilachan
y muestran sus rostros verdaderos, pétreos,
sus andares vacilantes sobre piedras desiertas.
Con el cansancio se funde un asombro brumoso, engañoso,
mientras el sol aún alcanza a espolvorear nuestras huellas.
Colgamos una sonrisa ígnea en los labios morados,
lunes, 18 de enero de 2010
Un voto por el simio (NO) te hará más mono
Honorables ciudadanos de la Tierra:
Los he convocado en este día siniestro para hacerlos partícipes de un sueño. Porque déjenme decirles que he tenido un sueño. Un sueño loquísimo en donde se aparece (cierto, aún dibujado toscamente con carboncillo) un nuevo y resplandeciente mañana en el que las cosas, aunque siempre pueden ser peores de como lo han sido hasta hoy, algo que la realidad se empeña en demostrar brutalmente a diario y en todas partes del mundo, también podrían ser menos malas, aunque sea un poco, unas migajitas, digamos.
Les cuento: Revista de letras, publicación española enfocada en la literatura y su entorno, ha tenido la desquiciada idea de nombrar a este humilde blog como uno de los cinco flamantes finalistas del Premio Revista de Letras en la categoría de Mejores Blogs de Creación Literaria.
¿Y eso a mí qué? Dirán algunos de ustedes con razones de sobra, porque seamos sinceros, si acaso este mono, agradecido ya con la nominación, lograra hacerse de la victoria, sólo podría prometer que la vida seguirá su curso sin mayores sobresaltos: No aumentará su sueldo, No vivirán con más holgura, No tendrán un trabajo mejor remunerado, No amarán ni serán más amados por su pareja (y los que sean solteros, No encontrarán pareja), No tendrán las vacaciones que siempre han soñado, y, definitivamente, No resultarán ganadores de ninguna lotería en la que depositen sus más absurdas esperanzas.
Sin embargo, ínclitos ciudadanos, lo que sí puedo asegurarles, incluso con un puñetazo en la mesa, es que si su razón y buen entendimiento los hace otorgarme su voto, contribuirán a que las palabras que suelto en este espacio, tal como otros sueltan terribles virus y enfermedades en diversas partes del planeta, lleguen a más incautos de la web, quienes, una vez caídos aquí, se agitarán presas del pánico en la sutil telaraña que he tendido por todas partes.
Y si así no lo hiciera, que el pueblo me lo demande, a sangre y fuego, si acaso lo considera necesario.
He dicho.
Muchas gracias por su apoyo.