lunes, 31 de enero de 2011

Modernos escribas


Sé que a casi nadie le interesa saber semejante bagatela, pero en este mes cumplí tres años de haber comenzado a escribir este humilde blog, al que bauticé con el aparatoso nombre de Rey Mono. Muchos creen que sólo es un pseudónimo tras el cual me oculto para hacer corrosivas sátiras contra todos los desventurados que se cruzan en mi camino o sentimentales textos llenos de oscuras alusiones; pocos saben que en realidad se trata de un pequeño, pequeñísimo homenaje a ese personaje tan famoso en China (Sun Wu Kung) y en la India (Hánuman), y que en esas regiones es tanto o más famoso que el Quijote o Mickey Mouse en estas latitudes. Sin embargo, no es acerca de los orígenes del poderoso Rey Mono que me interesa escribir en esta entrada, sino del significado que estos tres años han tenido en mí como escritor.

Hace algunos meses charlaba con otros insignes blogueros mientras la cerveza corría por los tarros con infatigable constancia. En algún momento alguien sugirió que el blog estaba en sus últimos y agónicos estertores, debido a la proclividad del ser humano por lo pequeño; el microblogging (como Twitter), en este caso. De esa forma, explicaba que la gente ha preferido mudarse a esas plataformas en las que las frases cortas (140 caracteres a lo sumo) no exigen mayor compromiso por parte de un lector, con lo que han dejado huérfanos de comentarios a una buena cantidad de blogs que pueblan el ciberespacio. Ahora bien, pese a toda la realidad de semejante afirmación, me quedé pensando en mi caso particular: no niego que encontrar un comentario suele ser estimulante, sobre todo cuando es inteligente, pero si nos ponemos a hurgar en los comentarios que pululan en las bitácoras, desde las más rústicas hasta las más refinadas, veremos que casi todos dicen más o menos lo mismo: cebollazos empalagosos, terribles denuestos, ansias de que se devuelva el “favor” del comentario en el propio blog, y entre una lista interminable, de pronto vemos algún comentario realmente luminoso por su inteligencia, el cual puede valer más incluso que la propia entrada que lo suscitó. Por otra parte, debo decir que yo leo cada vez más blogs, aunque cada vez comento menos. De esta forma llegamos a una cuestión fundamental: ¿escribimos entonces para que nos hagan comentarios?

No puedo contestar por los demás, aun cuando sé que muchos dirán para sus adentros que sí, que no hay blog que valga si no es por los comentarios. Sin embargo, si me atengo exclusivamente a mi posición, me doy cuenta de que mantener actualizado mi blog con cierta periodicidad ha sido una manera de disciplinar mi pensamiento, ya que antes de eso solía escribir de forma un tanto “difuminada”, es decir, cada vez que la musa rascaba lastimeramente la puerta para que le permitiera pasar. No quiero decir que gracias a eso ahora sólo hago “Obras Maestras”, sino más bien justo lo que acabo de decir algunas líneas antes: ya tengo una disciplina, de tal suerte que veo mis entradas como una especie de laboratorio de alquimia en el que los textos se mantienen burbujeantes, hirviendo, listos para experimentar como fragmentos de textos más grandes, o incluso como unidades en sí mismas; aunque también soy consciente de que otros son francamente desechables, engendros que sólo verán una luz fugaz a través de la blogósfera: ahí se quedarán reptando sin más destino que ése.

Mediante un blog, el proceso creativo de un escritor se puede ver como a través de una caja de cristal. Podemos ser testigos del nacimiento de un relato, una novela, un poema, de las diversas metamorfosis que sufren antes de quedar fijos en una edición “definitiva”, ya sea electrónica o de papel. Incluso podemos sentir que, pese a estar situados a unos cuantos metros o a miles de kilómetros de nosotros, hay escritores que en realidad están más cerca que muchos otros instalados ya en los pináculos de la pose. Hemos visto la evolución de sus textos, y cuando llega el momento de verlos formando parte de un volumen, uno casi siente ganas de decir: “carajo, yo lo vi cuando apenas era un puñado de palabras”. En fin, podría seguir en ese mismo tenor sin agregar nada que valga la pena. Por eso cierro esta entrada de aniversario con el eslogan (voy a citarlo de memoria) que ostentaba Blogueratura antes de sucumbir entre las aguas de la red: “Los nuevos escritores se leerán primero a través de sus blogs”.

viernes, 7 de enero de 2011

El ascenso

Y así me sucede en los inicios de año: me hago una especie de lavado mental en el que trato de dejar limpísimas mis obsesiones, desde las más ingenuas, y por decirlo así, virginales, hasta, por supuesto, las más oscuras e inconfesables, todo con el fin de materializarlas cada tanto y así sobrellevar su lastre con menos incomodidades para la vida práctica. Por fortuna, la cantidad estratosférica de trabajo este año no me dará mucha oportunidad de mirar los avances del tiempo en mi rostro, y en otras partes menos protagonistas de este cuerpo que me ha tocado encaminar hasta la muerte, y en cambio quizás contribuirá a encontrar un plácido sitio para más misteriosas lecturas, inevitables escritos, y las contemplaciones vegetales que tanto hacen sonreír a mi alma. Habrá lugar para decisiones cotidianas, para el comienzo y la culminación de ciclos, y acaso también (¡gulp!) para alguna dramática bifurcación, de esas que hielan la sangre cuando la imaginación las vislumbra. Todo dependerá del cauce que las palabras (y probablemente también los recuerdos, muchos de ellos verdaderos y otros tantos ¿por qué no?, inventados por desconocidos y ardientes anhelos) logren abrir en un corazón otrora desdeñosamente petrificado, ése que aquella tarde me aseguró la descifradora de símbolos con su mirada glauca, algún día haría manar la alegría con inefable constancia. Tal vez la locura me ronde de cerca con esa voz hecha de engaños y burlas, pero me parece notar un sutil cambio de viento, tan insignificante que apenas despeinaría la llama de una vela, pero que a la postre bien podría arrojar mis huesos en mares más cálidos. Mas ten calma, mi atrabancado amigo, que los pasos siempre se dan uno después del otro, y seguramente será necesario reponer fuerzas en algunos recodos del camino. Recuerda que la paciencia siempre ha sido esa cuerda con la que logras escalar los abismos que parecen más insalvables…