miércoles, 4 de junio de 2008

La soledad de las lenguas (parte 2 de 5)

La memoria ejerce un papel fundamental en la vida de los seres humanos. Y no puedo sino asombrarme ante esa capacidad que tenemos para enlazar acontecimientos que pertenecen a tiempos ya caducos, extraviados entre muchos otros acontecimientos de mayor o menor trascendencia. Así fue como nacieron las siguientes reflexiones, de esta pequeña historia entre Grecia y Turquía, así como de la lectura, un par de años posterior, de un ensayo que Walter Benjamin escribió en 1916, en su juventud, cuando aún estaban perdidos en la bruma del futuro los aciagos días en Portbou, y que se titula: “Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los humanos”. [1]
Allí plantea la siguiente idea (que considero fundamental para mi reflexión): “Dado que la entidad espiritual del hombre es el lenguaje mismo, no puede comunicarse a través de éste sino sólo en él”.
La primera lectura de esta frase me pareció perturbadora, más proclive a engendrar confusión que a esclarecer posibles dudas epistemológicas. Aparentemente roza los contornos del absurdo, pero si se le mira con cuidado, el sentido, oculto detrás del propio lenguaje, comenzará a hacer su lenta aparición.
Vayamos por partes. ¿Qué quiere decir Benjamin con eso de que “la entidad espiritual del hombre es el lenguaje mismo”? Es como si sugiriera que más que una herramienta forjada por el ser humano, a través de incontables milenios de evolución (hipótesis que satisface sobre todo a la comunidad científica), el lenguaje en realidad fuera algo preexistente al hombre, preexistente incluso al sistema de cosas que rigen el mundo.
Por supuesto, una afirmación como ésa tiene que caer forzosamente en los senderos del misticismo. Y Benjamin no tiene el menor empacho en reconocerlo, aunque primero advierte la razón para abordar el tema desde semejante perspectiva: “Puesto que la Biblia se considera a sí misma revelación, debe necesariamente desarrollar los hechos lingüísticos fundamentales”. Un punto de partida que nos llevará a la breve revisión de los mitos bíblicos de la Creación y de La Torre de Babel.

[1] Walter Benjamin, “Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los humanos” en: Para una crítica de la violencia y otros ensayos, Iluminaciones IV, Taurus, Madrid, 1998. De 1916 el manuscrito original, es decir, a los veinticuatro años del autor, aunque se publicaría póstumamente. Muchos críticos coinciden en que es la etapa en que domina más el estilo mesiánico en Benjamin.

* La imagen fue tomada de: Walter Benjamin, Obras, Libro 1, Vol. 1, Abada Editores, Madrid, 2006.

6 comentarios:

Animal de Fondo dijo...

Pues no he leído tampoco a Benjamin. Tal vez por eso, no estoy de acuerdo con su frase. Yo entiendo el lenguaje como una restricción, una acotación demasiado limitada. Antes del lenguaje, el cerebro no tiene surcos por los que discurrir, es un continuo, una analogía con la realidad. Una vez aprendido el lenguaje, se discretiza esa entidad espiritual y, por tanto, se limita. Por mucho que aumentemos la riqueza de nuestro léxico, siempre estamos dividiendo la realidad en unidades, a menudo pobrísimas semánticamente.
Por eso también creo que es importante saber prescindir del lenguaje a la hora de la contemplación o la observación de la realidad, como quiera llamarse.
En todo caso, un tema superinteresante.
Un abrazo.

Gustavo López dijo...

[...] sólo en él.
El lenguaje es un síntoma en el animal-hombre. Y cualquier síntoma, en el sentido más vulgar del término, no es una cobertura que nada tiene que ver con el cuerpo. Quiero decir, que el punto de emergencia del ser hablante es la relación perturbada —vos, Rey, mencionás que te resultó perturbadora la primera lectura de Benjamin— con su propio cuerpo.
Y puesto que empezás hablando acerca de la memoria, quiero apuntar acá que tomo de Nietzsche la expresión «animal-hombre».
Como dijo Roxana en la Parte Uno, espero con ansiedad la continuación...

Ana dijo...

No leí todo tu post, pero no estoy de acuerdo con que los tiempos pasados son "caducos". Si juegan en el hoy, han pasado, pero no caducado.

Beso

Víctor Sampayo dijo...

Estoy de acuerdo con varias de tus ideas, Animal de Fondo, como esa en la que mencionas que "por mucho que aumentemos la riqueza de nuestro léxico, siempre estamos dividiendo la realidad en unidades, a menudo pobrísimas semánticamente"; sin embargo también está la imposibilidad de escapar al lenguaje dentro de los contornos del pensamiento (visto como ese teatro de imágenes y voces que aparece cuando uno cierra los ojos).

Nunca había pensado en el lenguaje como un síntoma, Gustavo, y ahora que lo mencionas, no me quito la sensación de que sólo somos un medio para que se manifieste, aunque casi siempre, de manera desafortunada...

Me alegro de verte de nuevo por aquí, Ana; y en cuanto al término que mencionas, es curioso, porque lo pasado sólo está allí de manera abstracta, sin jugar realemente salvo en la memoria: es decir, lo que pasó ayer bien puede estar tan lejano como lo que pasó hace un siglo,todo depende de quién lo recuerde...

Un abrazo con lluvia para todos...

Roxana dijo...

Bueno, yo tampoco creo que el lenguaje es la entidad espiritual de los humanos... pero la idea de no podernos comunicar a través de él sino solo en él me parece genial...sencilla y magnifica forma de expresar algo tan profundo.

Maykel dijo...

El problema del lenguaje es, en última instancia, el gran problema de la epistemología:
¿hasta dónde es cognoscible el mundo?
¿cómo puede fijarse -y expresarse- el mundo cognoscible? ¿cuál es la sustancia del conocimiento?
Todo el conocimiento que podemos vislumbrar, tamizado por el lenguaje, es el único conocimiento al que podemos acceder. Entonces es falaz distinguir, hacer dual la naturaleza del conocimiento. Sólo conocemos lo que contiene el lenguaje que, como bien sostenía Saussure, es arbitrario. El resto, lo inefable, lo que el lenguaje lacónico de los siglos no alcanza, tal vez sea la gran tarea de la poesía.
Estoy de acuerdo con Benjamín: el lenguaje es el gran vaciadero gnoseológico de nuestra pobreza, de nuestro escueto conocimiento.
El lenguaje, en su primera instancia siempre será una metafísica reducción del mundo que para nosotros -qué suerte, así escapamos del horror al infinito- es el mundo...
No sé si me hago entender (ufff), es que el lenguaje mismo me asfixia y tiende sobre mi cuello su mordaza como otra lengua bífida.
El tema me apasiona, Víctor; sigue escribiendo...