En las páginas 23 y 24 de Rimbaud el hijo (eso al menos en la edición que tengo de Anagrama, traducida por María Teresa Gallego Urrutia), Pierre Michon pone uno de esos dedos impertinentes en la llaga de cualquiera que se presente ante el mundo con el apelativo de "escritor". Me refiero al momento en que describe al fallido poeta Georges Izambard con relación (injusta si se quiere, debido a la infinita diferencia de alturas entre uno y otro) a Rimbaud. Dice Michon:
Sólo que a éste [Izambard] la musa lo timó, y no se alza al llegar la noche inserto en la teoría de estrellas de los maestros, dueños y señores de la varilla; nadie hizo un busto suyo, acabó en lo hondo de un barranco, las doce sílabas le fallaron. Y eso que les había consagrado la vida. La varilla ama a quien se le antoja amar. Él también quiso ser Shakespeare en la adolescencia: pero la cosa no pasó de los veintidós años, concluyó en la primavera de 1870, en aquella aula por cuya ventana los jovenzuelos veían florecer los castaños y en uno de cuyos pupitres sólo él, Izambard, veía cómo Rimbaud se convertía en Rimbaud. El poeta Izambard seguirá por toda la eternidad en la cátedra de retórica del colegio de segunda enseñanza de Charleville, el profesor Izambard; tendrá para siempre veintidós años, su prolongada vida es papel mojado, y que escribiese y publicase no obstante con posteridad varios libros de poemas es, desde el punto de vista del ciclo del tiempo, como si se hubiese dedicado a escardar cebollinos.
"Y eso que les había consagrado la vida", dice Michon con melancólica ironía, porque sabe que al final el único juez incorruptible de todo artista es el tiempo. Todos aquellos intentos de lograr esa tenue eternidad dentro del género humano mediante un lindo rostro, unas fecundas relaciones sociales o una serie de complicadas estratagemas publicitarias (por no hablar de la simple mediocridad), quedarán sujetos al tono y al humor de quien se ponga a escudriñar un poco en la historia. Y es que, ¿cómo saber si en el propio cuerpo se alberga por lo menos una sola palabra que trascenderá más allá de un puñado de años, o más aún: de un puñado de lectores?
Otra cosa que queda flotando en el texto de Michon es la figura de la varilla (o bien, de la musa): que "ama a quien se le antoja amar", tal como algunos describen a la fortuna, aunque con diversas variantes: "la fortuna", según un dicho popular, "es una mujer ebria que se va con quien le place". La posibilidad de tropezar con ella existe para cualquiera.
Pero no nos engañemos con falsas esperanzas, ya que desde esa perspectiva somos tantos los condenados a escardar cebollinos, que será mejor que por lo menos tratemos de dejarlos pulcros, sin malas hierbas que enturbien su ínfima existencia: listos para aquel que se atreva a guisarlos a su debido tiempo.
Sólo que a éste [Izambard] la musa lo timó, y no se alza al llegar la noche inserto en la teoría de estrellas de los maestros, dueños y señores de la varilla; nadie hizo un busto suyo, acabó en lo hondo de un barranco, las doce sílabas le fallaron. Y eso que les había consagrado la vida. La varilla ama a quien se le antoja amar. Él también quiso ser Shakespeare en la adolescencia: pero la cosa no pasó de los veintidós años, concluyó en la primavera de 1870, en aquella aula por cuya ventana los jovenzuelos veían florecer los castaños y en uno de cuyos pupitres sólo él, Izambard, veía cómo Rimbaud se convertía en Rimbaud. El poeta Izambard seguirá por toda la eternidad en la cátedra de retórica del colegio de segunda enseñanza de Charleville, el profesor Izambard; tendrá para siempre veintidós años, su prolongada vida es papel mojado, y que escribiese y publicase no obstante con posteridad varios libros de poemas es, desde el punto de vista del ciclo del tiempo, como si se hubiese dedicado a escardar cebollinos.
"Y eso que les había consagrado la vida", dice Michon con melancólica ironía, porque sabe que al final el único juez incorruptible de todo artista es el tiempo. Todos aquellos intentos de lograr esa tenue eternidad dentro del género humano mediante un lindo rostro, unas fecundas relaciones sociales o una serie de complicadas estratagemas publicitarias (por no hablar de la simple mediocridad), quedarán sujetos al tono y al humor de quien se ponga a escudriñar un poco en la historia. Y es que, ¿cómo saber si en el propio cuerpo se alberga por lo menos una sola palabra que trascenderá más allá de un puñado de años, o más aún: de un puñado de lectores?
Otra cosa que queda flotando en el texto de Michon es la figura de la varilla (o bien, de la musa): que "ama a quien se le antoja amar", tal como algunos describen a la fortuna, aunque con diversas variantes: "la fortuna", según un dicho popular, "es una mujer ebria que se va con quien le place". La posibilidad de tropezar con ella existe para cualquiera.
Pero no nos engañemos con falsas esperanzas, ya que desde esa perspectiva somos tantos los condenados a escardar cebollinos, que será mejor que por lo menos tratemos de dejarlos pulcros, sin malas hierbas que enturbien su ínfima existencia: listos para aquel que se atreva a guisarlos a su debido tiempo.
4 comentarios:
Borges habló en la presentación de sus Obras completas. Dijo que era una fecha importante en su destino literario. Luego, en una entrevista con María Esther Vázquez, explicó:
No dije carrera literaria, porque no creo que la haya, salvo para quienes no son escritores.
Es divertido ver a Rimbaud en Im not there. Aunque fume y pregunte "¿Se puede fumar?" hah
Hola Rey Mono. El escritor se reconoce a sí mismo en las lecturas de autores a quienes termina emulando o vituperando. saludos.
Es el problema constante del artista... no sólo de los escritores...
Un abrazo.
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