viernes, 3 de septiembre de 2010

La raíz del odio


Pensaba en Danilo Kiš, o mejor dicho, en esa idea de una enciclopedia que albergue minuciosas biografías acerca de gente sin una pizca de celebridad. Y al igual que la mujer que busca los pormenores de la vida de su padre, me gustaría rastrear los detalles que forman la existencia de algunos de esos transeúntes que uno se encuentra en cualquier caminata cotidiana.

Hace unos días, por ejemplo, entre la muchedumbre del metro de pronto choqué hombro a hombro con un tipo que ostentaba unos músculos de proporciones anabólicas. El hecho de que alguien físicamente inferior como yo lo hubiera hecho trastabillar, resultó más fuerte que él y que sus músculos, porque de inmediato se puso a odiarme con una estridencia que muy pocas veces he visto. Lo supe por la mirada que me arrojó, y porque en seguida me hizo señas y rechinidos de dientes para que me bajara del vagón y él pudiera golpearme hasta que los nudillos le dolieran; pero yo me quedé entre los apretujones del interior y lo miré con un gesto de total aburrimiento –aunque por dentro, mi instinto de supervivencia era una liebre que temblequeaba en posición fetal debajo de un periódico viejo.

Lo curioso de todo es que el tipo nunca alzó la voz, como si a pesar de todo una especie de vergüenza le impidiera dejarse invadir por la ira. Se quedó cejijunto, mirándome a través del cristal mientras el tren avanzaba. Seguramente se desquitaría con el primero que se cruzara en su camino, lo cual no era nada difícil siendo la hora pico.

Ese mismo día me habría puesto a revisar su biografía en la Enciclopedia de los muertos, retroceder algunos párrafos, antes de aquellos que narrarían su encuentro conmigo, hasta llegar a la descripción de su adolescencia, muy probablemente frágil, al miedo morboso que seguramente le provocaba la idea del dolor físico, el posterior deslumbramiento de los gimnasios y las agujas, el amor por los espejos; el giro de la rueda, digamos. Pero me acabo de acordar que la Enciclopedia de los muertos sólo funciona cuando la persona muere, ya que solamente entonces se publicará su biografía. Pequeño detalle que da al traste con todo.

3 comentarios:

Akaki dijo...

Cuantas veces me habrá ocurrido a mi lo mismo, además el tren o el metro son lugares que dan para mucho en ese aspecto. Cuantas veces me habré quedado con las ganas de sentarme al lado de alguien y decirle con tranquilidad: cuéntame tu vida, cuéntame por qué tu mirada es así....pero se suelen quedar en largas biografías imaginarias...

un saludo.

Víctor Sampayo dijo...

Así es, por desgracia sólo permanecen en el imaginario. Saludos.

Panto dijo...

¿Veis? Cada cual con sus distracciones y fugas.

Saludos a ambos.