Y así me sucede en los inicios de año: me hago una especie de lavado mental en el que trato de dejar limpísimas mis obsesiones, desde las más ingenuas, y por decirlo así, virginales, hasta, por supuesto, las más oscuras e inconfesables, todo con el fin de materializarlas cada tanto y así sobrellevar su lastre con menos incomodidades para la vida práctica. Por fortuna, la cantidad estratosférica de trabajo este año no me dará mucha oportunidad de mirar los avances del tiempo en mi rostro, y en otras partes menos protagonistas de este cuerpo que me ha tocado encaminar hasta la muerte, y en cambio quizás contribuirá a encontrar un plácido sitio para más misteriosas lecturas, inevitables escritos, y las contemplaciones vegetales que tanto hacen sonreír a mi alma. Habrá lugar para decisiones cotidianas, para el comienzo y la culminación de ciclos, y acaso también (¡gulp!) para alguna dramática bifurcación, de esas que hielan la sangre cuando la imaginación las vislumbra. Todo dependerá del cauce que las palabras (y probablemente también los recuerdos, muchos de ellos verdaderos y otros tantos ¿por qué no?, inventados por desconocidos y ardientes anhelos) logren abrir en un corazón otrora desdeñosamente petrificado, ése que aquella tarde me aseguró la descifradora de símbolos con su mirada glauca, algún día haría manar la alegría con inefable constancia. Tal vez la locura me ronde de cerca con esa voz hecha de engaños y burlas, pero me parece notar un sutil cambio de viento, tan insignificante que apenas despeinaría la llama de una vela, pero que a la postre bien podría arrojar mis huesos en mares más cálidos. Mas ten calma, mi atrabancado amigo, que los pasos siempre se dan uno después del otro, y seguramente será necesario reponer fuerzas en algunos recodos del camino. Recuerda que la paciencia siempre ha sido esa cuerda con la que logras escalar los abismos que parecen más insalvables…
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