miércoles, 21 de enero de 2015

La manzana de Newton


La anécdota —extraída de las notas de 1727 de John Conduitt, quien fuera ayudante de Isaac Newton, y más recientemente también encontrada como una alusión en un manuscrito de aquellas épocas del físico William Stickley— asegura que una tarde, mientras Isaac Newton dormitaba recargado en el tronco de un árbol, una manzana supuestamente habría caído en su cabeza, y él, poseedor de una mente sin par, habría intuido el misterioso mecanismo que opera en la atracción gravitatoria mediante ese golpecillo inesperado. La escena, un tanto ñoña, si bien no del todo carente de encanto, es reinterpretada de una manera sorprendente por Danilo Kiš en un fragmento de El reloj de arena (Peščanik), novela de 1972 que, aunque mantiene el ambiente bucólico de la anécdota, agrega un elemento que muy pocos admitirían como fuente de inspiración, o más aún, como detonante epifánico para el entendimiento de una ley universal:

«Me inclino a pensar que Newton descubrió la ley de la gravitación universal gracias a los excrementos: de cuclillas en la hierba, debajo de un manzano, al anochecer, cuando las primeras estrellas se iluminan, ocultándolo la penumbra de los ojos indiscretos, porque la oscuridad era lo bastante espesa como para esconderlo, las estrellas no lo bastante brillantes para alumbrarlo, y la luna todavía estaba detrás del horizonte; así que en este momento de silencio, cuando croan las primeras ranas y se despiertan los intestinos perezosos por la emoción lírica que provoca la belleza del paisaje y de la creación divina, porque el nervio simpático transmite las emociones intelectuales a los intestinos e influye sobre el funcionamiento del metabolismo, en medio de todas estas emociones, Newton, al intuir la revelación de esta ley tan sencilla, pero fundamental para el futuro de la ciencia, acuclillado aún bajo el manzano y sumido en la contemplación de las estrellas (las manzanas no se veían en absoluto en la oscuridad, porque no había manzanas, sino que del árbol colgaban estrellas, pues las manzanas ya habían sido recogidas dos días antes bajo su propia vigilancia, y no había, por tanto, ningún peligro de que alguna pudiera caerle en la cabeza mientras estaba de cuclillas bajo este nuevo árbol de la ciencia; de lo contrario, no se hubiera acuclillado debajo de él, sino que hubiese buscado un lugar más seguro), Newton, pues, sintió sus heces deslizar por sus intestinos removidos, fácilmente y sin esfuerzo, a pesar de una constipación crónica que no era sino consecuencia de haber estado largo tiempo sentado ante los libros; y al mismo tiempo que se sintió feliz por este descubrimiento que de repente iluminó su mente, es decir, que la fuerza de gravedad terrestre confiere a todos los cuerpos la misma aceleración de 981 cm/s2, incluso a la mierda, y que esta atracción disminuye proporcionalmente al cuadrado de la distancia del cuerpo al centro de la Tierra, al mismo tiempo que tomó conciencia de la importancia de este descubrimiento, segundo de una nueva evacuación de sus intestinos, tuvo un pensamiento terriblemente humillante: que esta ley tan importante y de tanto alcance para el futuro de la humanidad la había descubierto gracias a la caída libre de sus propios excrementos, acuclillado, al anochecer, debajo de un manzano… No cabe duda de que la conciencia de ello le hizo subir los colores a la cara y preguntarse si iba a revelarle a la humanidad su descubrimiento, tan humillante en su esencia, en el que, al parecer, estaba implicado el propio diablo. Pero, todavía de cuclillas bajo el manzano de la ciencia, otra vez constipado, Newton concibió su gran mentira histórica y trocó su mierda por una manzana, y de este modo la humanidad nunca supo la auténtica verdad y le atribuyó a la manzana el mérito de este descubrimiento, porque ésta ya tenía su pedigrí edénico y también su pasado mítico desde la elección de Paris, y no resultaba, pues, desconocida, lo que el propio Newton ignoraba. Es así como desde este día las manzanas caen siguiendo una nueva ley, la Ley de Newton, mientras que la mierda sigue arrojándose en el mayor de los anonimatos, fuera de la ley, por así decirlo, ¡incluso como si las leyes gravitacionales y de la aceleración de 981 cm/s2 no le concernieran!»

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