martes, 1 de abril de 2008

El arte de la fuga




El pasado domingo 30 de marzo, se celebró un homenaje a la trayectoria de Sergio Pitol en el palacio de Bellas Artes. Hoy le rindo culto a uno de sus mejores libros.
Conocí El arte de la fuga en los últimos días de una primavera en Madrid (curiosamente, en México nunca exploré mucho entre su obra), hace algunos años. Es decir, conocí físicamente el libro, el objeto pedestre, hecho de varios pliegos de papel y forrado con pastas de cartón suave; esa presentación que suele conocerse como “rústica”. Y sólo lo examiné así, porque la lectura vendría hasta varios años más tarde. En aquellos días mi experiencia con la obra de Sergio Pitol era mínima: se reducía a sólo un par de libros, ambos prestados por un amigo y asimismo leídos con bastante apresuramiento: Domar a la divina garza y Vals de Mefisto. De su vida no sabía nada.
Sin embargo, recuerdo muy bien que en aquella librería madrileña, al observar detenidamente la imagen que aparecía en la portada, me quedé con una suerte de estupefacción. "El entierro de la sardina", ese prodigio de Francisco de Goya –pintura tan delirante por sí misma, tan llena de movimientos inusuales–, ejercía una extraña fascinación al conjugarse con el título del libro. No obstante desconocer su contenido, tenía el antecedente de Domar a la divina garza, una historia estridente, llena de personajes que no hacían sino perfeccionar sus peores defectos y que terminaba sobrevolando, literalmente, a ras de mierda. De inmediato imaginé sucesiones interminables de festejos, grotescos en su mayoría, risas arrojadas sin pudor a los muros que tanto trabajo cuesta levantar a la solemnidad; o una exageración de esa misma solemnidad, la cual, no sé por qué, pero a pesar de su natural silencio, me producía la sensación de una carcajada que de pronto estalla en medio de un silencio sepulcral. Además, y de una manera inexplicable, no tardé en asociar el rostro que aparece en la parte central de la pintura –en aquel estandarte inclinado, sostenido por un hombre que viste a la manera eclesiástica– con el rostro del propio Pitol. Era como si ambos estuvieran asociados desde siempre, sin importar los muchos años de diferencia entre la aparición de uno y otro. Desde entonces me quedé con esa idea: el rostro del estandarte era Sergio Pitol. Y esa idea se ha afianzado en mi imaginario con el paso del tiempo, aunque también ha conocido una cierta evolución: el rostro de la pintura es una caricatura de un rostro que ha gustado de caricaturizar, una especie de enfrentamiento de espejos convexos y cóncavos, colocados en el mismo espacio sardónico –y por lo mismo a veces desolador– del mundo. Y ese rostro de alguna manera manejaba la maraña de hilos de todos los personajes de la imagen, posibles participantes de un aquelarre en el que personificarían sus obsesiones, sus fastidios, sus miedos, sus placeres inconfesables.
En estos momentos no podría explicar bien a bien qué es lo que había esperado descubrir en ese libro. Lo cierto es que cuando por fin lo adquirí, después de postergar siempre su compra para tener el placer de buscarlo en cualquier librería de la ciudad de México y reconocer, con una mezcla de alegría y frenético entusiasmo, a mi imagen de Sergio Pitol en el estandarte ilustrado por Goya; puedo asegurar que su lectura me dejó totalmente asombrado. La forma de hilar la memoria con la literatura era al mismo tiempo de una sencillez y una complejidad inauditas.
Me atrevo a pensar que con El arte de la fuga se fundó una nueva forma de romper las fronteras –ya de por sí tan debilitadas durante el siglo XX– entre los géneros literarios.
Pero basta ya, lo mejor sería degustarlo como se hace con los vinos. El libro lo exige.

9 comentarios:

Alexia Lefebvre dijo...

Me lanzaré a explorarlo. Conozco a Pitol sólo como compilador. Tiene en editorial Debate una antología de sus cuentos favoritos, es una pequeña maravilla. Ahora, lo buscaré también como escritor.
Saludos

Animal de Fondo dijo...

Pues yo no lo conozco ni de nombre, así que te agradezco el descubrimiento. Investigaré.
Saludos también

Víctor Sampayo dijo...

Pitol es una magnífico recomendador de libros, Alexia, por él conocí a Andreievski, a Gombrowicz, a Hasek y a un montón más. Sin embargo, de su propia obra, lo mejor a mi juicio es "El arte de la fuga", "El viaje" y "El mago de Viena", la trilogía de la memoria. Su lectura es como meterse a un baño de burbujas.

Te ahorro un poco el tiempo, fmesmenota, el libro de Torri se llama "De fusilamientos". Son prosas breves con mucho de poesía entre sus páginas. Es una pequeña joya.

Saludos a ambos.

Prado dijo...

No conozco a Pitol, ni Madrid, ni la Editorial Debate. Vaya, pero sí conozco a Goya, y oh sí! admírole. Ergo: cualquier comparación artística con el maestro debe ser digna de leer. Investigo. Agradézcole la información.

Víctor Sampayo dijo...

Señor Prado, Bienvenido a las aventuras del Rey Mono. El libro es muy recomendable por donde quiera que se le mire. Además de las inevitables referencias con Goya y Bach, por sí mismo resulta asaz deleitable. Pero en fin, nos estaremos leyendo pronto.

Saludos.

Maykel dijo...

Veo que nadie conoce a Pitol. Yo me sumo al grupo y agradezco a Víctor por revelárnoslo. Puedo asegurar que en mi país no se ha publicado jamás, pero tendré paciencia, otros secretos se me han rendido ya.
Rey Mono, escuché los sonidos articulados bajo el agua. Conseguiste retenerme ahí. Me parece bien que hayas usado otro narrador en el cuarto fragmento, le imprime un vértigo muy vívido para el lector y para ese Muelas acuciado por una persecución imaginaria. Y el final es delicioso con la conversación supuestamente simple de los viejos conserjes. Sólo me pareció un poco abrupta -o excedente- la revelación de ese narrador imperativo de la penúltima entrega, al momento de revelar la confusión del personaje. Hubiera preferido quedarme con lo que cuentan los viejos en el epílogo e imaginar el resto. Pero eso es cosa mía, lo cierto es que estos sonidos se oyen con mucha nitidez; si no los comenté antes no fue por sordera. Como diría el enclítico Prado, a veces "apresúrome", pero hoy ando calmo y puedo ir, si me invitan, al entierro de la Sardina.
Nos vemos, Víctor, junto al cortejo.

Víctor Sampayo dijo...

Nictálope, te agradezco el tiempo dedicado a la mirada aguda y a la crítica. Y por supuesto, te espero para El entierro de la sardina.

Saludos.

Gustavo López dijo...

Uno es una suma mermada por infinitas restas. Me ha gustado mucho tu escrito acerca de la tapa.

chica hindú dijo...

Ya si me hablás de Goya y degustar de un libro como un vino tinto, eso me seduce. A Pitol solo lo conozco de nombre, pero me atrevo a leerlo con tus recomendaciones.
Un gusto pasar por tu blog
Un beso