domingo, 18 de mayo de 2008

Llegará el día

–¿Otra vez lentejas…? –preguntó él suspirando.
–Pues si no te gusta deberías contratar una cocinera –dijo ella con irritación.
La miró sin contestar y comenzó a comer. Era una serie de movimientos mecánicos: levantar las porciones con la cuchara, llevarlas a la boca, triturarlas chiclosamente y, por último, pasar el bolo con un sonidillo opaco.
–¿No puedes masticar como la gente normal? –inquirió la mujer enterrando la uñas en el mantel de la mesa.
Nuevamente él le dirigió la mirada, pero esta vez era una mirada tan ausente que lograba atravesarlo todo: su mujer, la pared detrás de ella, el departamento contiguo, el interminable amontonadero de edificios que erizan la ciudad, infinidad de valles y montañas, hasta que por último arribó a esa laguna donde lo habían llevado sus padres cuando era niño, y de la cual conservaba un recuerdo cada vez más impreciso, pero al mismo tiempo más resplandeciente. Se vio a sí mismo remando con dificultad mientras observaba los incontables brillos en los que se rompía el agua cada que hundía los remos, y de pronto tuvo la misma sensación que había tenido más de veinte años antes, y que él, de forma inexplicable, asociaba con la felicidad: un calor agradable que surgía del estómago y que se expandía por todo el cuerpo… o no, más bien era semejante a un hormigueo…
–Pareces tonto, carajo.
Salió de su sueño con brusquedad, con la vaga impresión de que regresaba de muy lejos.
–Te estoy hablando desde hace rato y tú nada más me miras con esa cara de cretino y la bocota abierta. A ver, dime, ¿por qué demonios tengo que estar examinando tus bocados a medio masticar? Y mejor apúrate que ya debes regresar a la oficina.
La miró con rencor, pero nuevamente se guardó la voz. Recordó la oficina, su oscuridad pastosa, las luces de un amarillo sucio que siempre se encendían después de la hora de la comida, las caras lubricadas de sudor, fastidiadas, siempre las mismas, siempre con los mismos comentarios. Se sintió desamparado, con un vacío en las entrañas semejante al que se experimenta cuando un ascensor se detiene de pronto.
"¿Cómo salir de esta maldita monotonía?", pensó mientras veía su reflejo cepillándose los dientes. "El miércoles podría irme. Aprovecharía que ella sabe que voy al cine con los amigos del trabajo. Eso me daría por lo menos unas dos horas de ventaja. Tomaría un camión rumbo a la costa y me quedaría en el pueblo más anónimo con el que tropiece. Compraría una lancha y me enseñaría a pescar mi propia comida. Una casa de madera estaría bien para mí, pequeña, sin nadie a quién entregarle ninguna clase de cuentas. Eso sí sería vida".
Tiró de la cadena del retrete y se dirigió a la oficina. Diez años de gris matrimonio y cada lunes ideaba el mismo proyecto de fuga que solía olvidar a la mañana siguiente, atrapado de nuevo por la cotidianidad.
"Algún día", se dijo con el semblante de un huérfano mientras se arreglaba la corbata en el retrovisor del auto, igual que cada lunes después de comer.
"Algún día", repitió en voz baja.

6 comentarios:

Animal de Fondo dijo...

A lo mejor leemos tu relato y pensamos que tenemos suerte. Pero me pregunto cuántas naciones hay pensando ese "llegará el día" y escuchando cada mañana del ministro de turno: "pues si no te gusta deberías contratar una cocinera".
Saludos cordiales, Víctor.

Maykel dijo...

Pobre! Es el vacío que lo cerca; la nada de los existencialistas eclosiona en un plato de lentejas. Si lee a Gabriel Marcel, tal vez se convierta al catolicismo; en cambio si lee a Jean Paul Sartre, tal vez lance las lentejas por la ventana...
Imagino a tu personaje en un comedor burgués venido a menos, con una esposa gruesa y una indumentaria pasada de moda. Así de firmes son algunos estereotipos en la imaginación. Probablemente no sea más que uno muy semejante a otros que vemos cada día.
Por suerte a mí sí me gustan las lentejas, y cuando quiero ver el mar tomo el tren de las 4 y 30 para Isabela de Sagua...

Roxana dijo...

Huir no es tan fácil como parece...

Gustavo López dijo...

Mucha masticación.
Sensaciones corporales en la laguna... calor, hormigueo.
Un vacío en las entrañas... un ascensor que se detiene de pronto.

Resta cumplir el trámite.
Saludos.

Víctor Sampayo dijo...

La alegoría que mencionas, ADF, es de una actualidad bárbara, aunque quizá se pueda ir aún más allá: cuántos (personas o naciones) piensan que llegará ese día que sólo para ellos tenga sentido.

Creo que todos estamos sometidos, en mayor o menor medida, a los estereotipos, Maykel; sin embargo me queda una duda: ¿cuál es esa "Arcadia" para quienes contemplan a diario las orillas de la tierra, o como en tu caso, flotando dentro de una isla...?

Roxana, a veces pienso que huir quizá sea lo menos fácil de este mundo...

El momento en que el trámite se cumple puede ser una suerte de epifanía... y ya sabes, Gustavo, las epifanías no trabajan a gusto sin la espontaneidad...

Un abrazo a todos, nos vemos pronto.

Alexia Lefebvre dijo...

Siempre me he preguntado si los que viven encerrados tienen la presencia para hacer planes de fuga o si estos también mueren con la monotonía.Me inclino a pensar que hay de todos los tipos, hasta debe de haber quienes sí se van de repente y empiezan de nuevo o comienzan otro ciclo de monotonía.
Saludos!