En el lento descenso que emprende a través de su propia existencia durante un sólo día, Eric Michael Packer se convierte en un raro fetiche sexual en un pequeño apartado de Cosmópolis. Es decir, DeLillo pone en escena la humillación del poderoso como una especie de irresistible categoría erótica, dando un significativo vuelco con ello al lugar común que suele colocar al débil a disposición de los deseos de quien ostenta el poder: Eric (ese multimillonario que de buena gana jubilaría ciertas palabras del lenguaje solamente por su incurable anacronía con respecto a los nuevos términos que surgen de los avances tecnológicos) y la jefa del departamento financiero de su propia empresa (a la cual intercepta mientras se ejercita corriendo), Jane Melman, se ponen a conversar dentro de la limusina de él, acerca de los extraños movimientos de la bolsa de valores, del fenómeno que rodea los inusuales comportamientos del yen, en fin, de la economía mundial. Hasta aquí todo suena bastante anodino, salvo por el hecho de que mientras ellos conversan, el doctor Ingram explora alguna irregularidad en la próstata de Eric. Todo a la vista de Jane Melman. Cuando Eric se percata de que ella disfruta, sin poder ocultarlo, de ser testigo en esa situación, dice:
–El sexo nos descubre. El sexo nos revela como somos. Por eso es tan estremecedor. Nos despoja de toda apariencia. Veo a una mujer prácticamente desnuda y agotada, necesitada, acariciando una botella de plástico que oprime entre las piernas. ¿El honor me obliga a pensar en ella como ejecutiva y como madre? Ella ve a un hombre en una situación de humillación flagrante. ¿Es quien yo creo que es, con los pantalones a la altura de los tobillos y el culo en pompa? ¿Cuáles son las preguntas que se formula desde esa posición en el mundo? Tal vez, preguntas de envergadura. Preguntas como las que se formula la ciencia de manera obsesiva. ¿Por qué tal y no cuál? ¿Por qué música y no ruido? Son bellas preguntas, extrañamente idóneas para este momento infecto. ¿O acaso tiene una perspectiva limitada de las cosas y sólo piensa en el momento en sí? ¿Tal vez sólo piensa en el dolor?"[1]
Este acontecimiento es un eslabón más o menos del mismo tamaño que los otros que componen la novela, exceptuando el despeñadero final. Sin embargo permanece como el único momento en el que Eric se abandona realmente al placer de observar el goce que es capaz de producir en una mujer, incluso a sabiendas de las dos o tres escenas de sexo explícito que sostiene en ese único día. Por supuesto, queda el dedo invasor del doctor como una especie de moneda de la que el protagonista sólo se empeñará en tomar en cuenta el más fácil de los lados: el del dolor.
[1] Don DeLillo, Cosmópolis, Editorial Seix Barral S.A., México 2004, pp. 66-67. Traducción de Miguel Martínez-Lage.
4 comentarios:
Don DeLillo, para mi es de lo mejorcito actualmente....
Conviene otear el horizonte de la narrativa norteamericana actual para rastrear qué elementos pueden haber activado el más ordenado de los apocalipsis posibles... Quiero mencionar que el fragmento citado, pienso yo, abre un inmenso panorama para poder asomarnos ahora al tema de las apariencias.
Hola,
Dime una dirección de e-mail donde escribirte. Tengo una información para tu blog.
Mi correo: janaru@gmail.com
Un saludo.
Tengo que confesar que tengo el libro, pero que no he podido avanzar de las primeras páginas. Tengo gran admiración por Auster y por Palahniuk, pero con DeLillo no he podido tendré que intentarlo de nuevo. Saludos
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