miércoles, 7 de enero de 2009

El fracaso de la belleza



En una conferencia pronunciada en Buenos Aires, el 28 de agosto de 1947, Witold Gombrowicz [1] prende fuego a una de las más rancias e intocables estirpes de hombres: los poetas. Y lo hace además con toda la razón de su parte. Es decir, no teme el rol de agitadores del espíritu que les asignaba Platón, tampoco cree que la poesía esté trágicamente condenada a la incomprensión por carecer de "espíritus elevados" que la sepan apreciar; sino que habla más bien, casi afirmaría que después de un largo bostezo, de un "hermetismo aristocrático", colmado de perfección hasta las heces.
¿Y ante tanta perfección entonces por qué el ataque?
Este párrafo es sustancial para entender el punto medular de su texto:

¿Por qué no me gusta la poesía pura? Por las mismas razones por las cuales no me gusta el azúcar "puro". El azúcar encanta cuando lo tomamos junto con el café, pero nadie se comería un plato de azúcar: sería ya demasiado. Es el exceso lo que cansa en la poesía: exceso de la poesía, exceso de palabras poéticas, exceso de metáforas, exceso de nobleza, exceso de depuración y de condensación que asemejan los versos a un producto químico.

Gombrowicz interroga a la Poesía en persona sujetándola de las solapas. Habla de los excesos que puede provocar la ciega devoción hacia la forma, sin un solo lazo que la vincule con los hombres, sin ese equilibrio que es esencial en todo buen estilo:

Este equilibrio a base de compensaciones y antinomias es el fundamento de todo buen estilo, mas en los poemas no lo encontraremos, y tampoco se puede notar en la prosa moderna influenciada por el espíritu de la poesía. Libros como La muerte de Virgilio, de Hermann Broch o aun el celebrado Ulises de Joyce resultan imposibles de leer por ser demasiado "artísticos". Todo allí es perfecto, profundo, grandioso, elevado y, al mismo tiempo, nada nos interesa porque sus autores no lo han escrito para nosotros sino para el Dios del Arte.

Lo curioso es que Gombrowicz nombra, con todas sus letras, esa sensación de fastidio interminable que me invadió cuando leí el Ulises de Joyce y algunos otros textos o poemas de a veces incuestionable abolengo. Exceso de perfección. Sin esas gotas de sangre de las que hablaba el viejo Zorba en la novela de Kazantzakis. Una experiencia que no recomiendo a nadie. Porque a fin de cuentas hablamos de tiempo: ¿quién nos devolverá ese tiempo invertido estérilmente en ciertas Obras Maestras del Arte?

[1] "Contra la Poesía" en: Witold Gombrowicz, Contra los poetas, Sequitur, Buenos Aires, 2006, pp. 11-23.

3 comentarios:

Jose Zúñiga dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Jose Zúñiga dijo...

¿Quién dijo que la poesía debe de ser bella? Bueno, muchos. Yo, no. Ni tampoco lo contrario.

Marina Zaga dijo...

me hiciste pensar en aquellas mujeres que de tan bellas tan perfectas te transmiten la sensación de no poder ser tocadas -menos aún sarandeadas, cogidas- no fuese a ser una pérdida de tiempo...