lunes, 8 de noviembre de 2010

Dos noches (epílogo)


Inútilmente reacio a ser obsesivo, en particular si se trata de sueños, me di a la mística tarea de repasar incontables veces el post anterior, en busca de alguna revelación que clarificara diversos símbolos presentes (los cuales sólo fui capaz de ver una vez que los dejé por escrito), y que acaso mostrarían con otra luz diversos acontecimientos de mi propia vida, tal vez el cabo de un hilo que me llevara a la contemplación de un futuro menos enigmático, con todas las deudas saldadas al fin, por así decirlo. Sin embargo, lo que encontré fue una luz que, más que disipar las tinieblas, se conjuga a la perfección con ellas. Con esto paso la página hasta la próxima obsesión; hasta el próximo sueño, quiero decir:

Cuando el hombre se va a la cama, su alma lo abandona y asciende a lo alto. Pero, ¿en realidad ascienden todas las almas? No todas ven el rostro del Rey. Sin embargo, el alma sí asciende, y nada queda en el cuerpo más que cierta impresión de vida en el corazón; el alma se va y trata de ascender. Tiene que cruzar muchos niveles diferentes. Allí se mueve y es confrontada por las engañosas luces de la impureza. Si es pura y no fue contaminada durante el día, asciende a los reinos superiores. Pero si no es pura se contamina entre ellas, se une a ellas y no asciende más allá. Ahí recibe cierta información y con ella puede percibir lo que sucederá en el futuro inmediato. A veces se burlan de ella y le dicen mentiras. Sigue así durante toda la noche hasta que el hombre despierta y ella regresa a su lugar.[1]

[1] Zohar. Libro del esplendor, CONACULTA, México, 2002, pp. 151-152.

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