martes, 7 de junio de 2011

Sus alas me abrazaron...


Ahí estaba mi sobrino, un niño de sonrisa fácil y naturaleza fluida, semejante a una ardilla corriendo por las ramas de los árboles. Y es que reíamos sin que ahora recuerde exactamente de qué. De pronto escuchamos un ruido en el estudio, algo así como los aleteos de un ave enjaulada. Y en efecto, un pájaro se había metido sin saber cómo, y ahora volaba cerca del techo sin encontrar la salida. En cuanto me acerqué, revoloteó frenéticamente en mi cabeza, entre mis cabellos, como las creencias populares nos aseguran que lo hacen los murciélagos. Traté de espantarlo con las manos, pero entonces hizo algo sumamente extraño: se aferró a mi brazo derecho y lo rodeó con sus alas, como si lo abrazara. Sorprendido y todo, pero así me dirigí a la ventana para sacar el brazo y que él se echara a volar, cosa que en efecto hizo como lo que era: un pájaro libre que disfruta de los oleajes del viento. Y entonces, presa de una extraña, insoportable felicidad, le pregunté a mi sobrino si había visto todo el singular episodio, a lo que él solamente sonreía sin dejar de mirar hacia la ventana...

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