miércoles, 20 de junio de 2012

Desventajas de las máquinas del tiempo


No soy un enemigo del progreso, aunque ya ha demostrado en repetidas ocasiones su potencial catastrófico cuando lo manipulan los intereses humanos. Pero una máquina que fuera capaz de retroceder en el tiempo sería un instrumento cruel y masoquista, una invitación a orbitar sin descanso en aquellos acontecimientos que por razones desconocidas o estúpidas se han convertido en nuestras obsesiones. Eso de que serviría «para arreglar los errores del pasado» sería la peor de las justificaciones morales, porque ya se ha visto que de un bien muchas veces puede nacer algo atroz, y de un mal, mediante misteriosas combinaciones, a veces brota el tallito verde de un bien. Estoy convencido de que si lográramos volver al pasado a nuestro antojo, sería imposible sustraerse al embrujo de volver a experimentar, sin la lejanía anestésica de la simple memoria, los acontecimientos con la misma y a veces brutal intensidad.

Y además, ¿qué haríamos con ese «Yo» que estaría por hacer eso que queremos cambiar o evitar? ¿Acaso tendríamos que convencerlo de que cambie la inercia de sus lícitos deseos de ese instante, sólo porque ya vimos que en los días venideros habrá de arrepentirse o de provocar una bifurcación que después veremos como «dañina» o al menos «innecesaria»? O incluso, generando la ineludible paradoja física, ¿podríamos sustituirlo o fusionarnos con él y estar listos para experimentar esas vivencias, cuyo efecto a largo plazo deseamos cambiar como si fuera la primera vez?

Pero eso significaría ir al pasado con una edad que no correspondería a lo que entonces estábamos viviendo. Y así aumentaríamos el volumen de las paradojas: ¿podrían convivir dos personas que en realidad son la misma, aunque de dos edades distintas, al mismo tiempo, pero no en el mismo espacio? Y si necesariamente debieran fusionarse, ¿quién sería el «Yo» dominante, el del pasado o el del futuro? ¿Acaso podríamos ser un niño de 6 años con la mente de un hombre de 35 con todo lo que ello implique para bien y para mal?, ¿o quizás absorberíamos el cuerpo más pequeño junto con toda su juventud?

Pero olvidemos por un momento las paradojas y desbarajustes obvios que vendrían con un viaje hacia el pasado. Pensemos simplemente que todo se resuelve «de la mejor manera posible». Pocos serían aquellos que intentarían ver lo que realmente sucedió en ciertos eventos históricos, más que nada por las dificultades inherentes a, digamos, ser testigos de cómo se suicidó Hitler, o el paradero del tesoro de Moctezuma, o si en verdad fue tan fuerte la influencia de Salieri como para que desembocara en la temprana muerte de Mozart. La violencia de ciertas circunstancias harían imposible averiguar si, por ejemplo, es cierto que fue el choque de un asteroide lo que provocó la extinción masiva de los dinosaurios, o la manera en que se creó el Sol, la Luna y las estrellas. Es decir, su utilidad estaría seriamente limitada por nuestra triste incapacidad para resistir temperaturas o fenómenos físicos extremos.

Así que debemos ser claros: todo lo dedicaríamos a nosotros mismos, a atormentarnos con un puñado de momentos que buscaríamos revivir y que conseguiríamos tal vez empeorar. Eso al menos en lo que a desaconsejar los viajes al pasado se refiere. El futuro, a final de cuentas, ya nos alcanzará.

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