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Si hubiera sabido que nuca más la olvidaría, quién sabe si se habría atrevido a conocerla. Aunque en realidad fue uno de esos acontecimientos que nunca le piden a nadie su aquiescencia. Cosas que suelen suceder dentro de la cotidianidad más pedestre, si bien es cierto que con una pizca de casualidades. El entusiasmado regreso a las aulas después de varios años de destierro voluntario, un miércoles de agosto que encajaba sin sobresaltos en el abanico de los días, la calma de saber por fin el camino por el que habría de discurrir en adelante.
Así, jaloneado por palabras que escapaban de diversas bocas, de pronto la vio llegar, envuelta en una afectada indiferencia por todo aquello que la rodeaba. Se abría paso, y eso lo impresionó, con una mirada en la que cabían lo mismo los colores de las aguas del Caribe que las difuminadas siluetas de varios amantes. Y cuando escogió una butaca, justo la que estaba al lado de él, derramó un silencio de esos que preludian las tormentas, junto con un olor sutil que a él le pareció desconocido y anhelado al mismo tiempo, y que se le enterró muy cerca del alma, con lo que por poco se desmenuzó en un tosco sollozo de orfandad. En fin, quizá debió sospechar, pero nada le hizo prever que las imágenes de los breves encuentros que sostendrían antes de separarse indefinidamente se mantendrían inamovibles en su mente, a pesar de que en las calles que se vislumbraban desde su ventana varias veces tiraron los árboles sus hojas, hasta quedar en el puro esqueleto de sus ramas, y varias veces se volvieron a llenar de retoños.
Y acarició tan minuciosamente esas imágenes, así como todas las posibles respuestas que pudo haberle dado, y no lo que en verdad le dijo, que muchas noches provocó involuntariamente en ella, que desgastaba sus días en una vida inimaginable para él, sueños constantes y varias veces inconfesables, sueños llenos de dudas, de molestas elucubraciones, de escenas en las que atravesaban tierras nunca antes vistas con el más completo sosiego, y de esta forma les apareció un día una especie de espina que se fue clavando con vesánica profundidad en ambos al mismo tiempo, de tal suerte que si él intentaba sacársela con mil trabajos, a ella se le enterraba hasta el llanto.
Y por supuesto, también viceversa…
8 comentarios:
Me Gusto mucho. Saludos Rey
Aguante la respiración desde que ella entró al cine, hasta esa línea final: "Y, por supuesto, también viceversa..."
Excelso. ¿Nunca le han odiado por reflejar tan bien las emociones humanas?
G.
Perdona! quise escribir "Aguanté". Un acento aquí sí cambia todo...
Muy bien monito cilindrero, veo que sus fantasmas están moviendo de la manera adecuada su pluma. No deje de escribir.
Te agradezco, San-Yhi (¿acaso tu nombre proviene de una estricta disciplina marcial?)
Mi querido Gío, vaya si cambia el sentido de todo ese pequeño acento, jajaja.
Eso de "monito cilindrero" sólo es capaz de decírmelo, no sin cinismo, cierto personaje asaz melancólico... En fin, bienvenido por estos inciertos terruños, casto caballero.
Disculpá, Rey, coincido con el calificativo de «excelso» para el texto, pero no puedo evitar sonreír con la apostilla del «organito»; por supuesto que sin cinismo, comparto con vos y los otros rufianes el momento en que el Juez de Paz cae en la pulpería y manda a la frontera a Martín Fierro:
Juyeron los más matreros
y lograron escapar:
yo no quise disparar,
soy manso y no había porqué,
muy tranquilo me quedé
y ansí me dejé agarrar
allí un gringo con un órgano
y una mona que bailaba,
haciéndonos rair estaba,
cuanto le tocó el arreo,
¡tan grande el gringo y tan feo,
lo viera cómo lloraba!
Y te he buscado en los ojos de todas las mujeres, te busco pero no te he podido encontrar y hay en el encanto el desencanto de que eres y serás siempre más bella que una mujer vulgar...
si lo único que queremos es sentiros úncias chihuahua
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