Entre las muchas aventuras y descripciones que pueblan El libro de las maravillas, de Marco Polo, una de las más curiosas que se pueden encontrar es cuando habla de la región del Tíbet (aunque los comentadores aseguran que se refiere más específicamente a la región de Szechwán, asolada por Mongu Kaán en 1258), en particular de una costumbre que se practicaba entre las mujeres casaderas. La virtud que allí se ensalza no sería fácilmente admitida ni siquiera hoy en nuestras regiones, aun cuando quizá traería inefables beneficios para algunas parejas. He aquí el fragmento:
«[…] Tened por cierto que, en este país por nada del mundo tomaría un hombre por mujer a una doncella, diciendo que no vale nada si no está acostumbrada a acostarse con muchos hombres. Y de una mujer o muchacha que aún no ha sido conocida por ningún hombre dicen que está mal vista por los dioses; por eso los hombres no se preocupan de ella y la evitan, mientras que las que están bien vistas por sus ídolos, los hombres las desean y las aman. Y vais a ver cómo se casan. Cuando gentes que llegan de alguna otra región del país pasan por esta comarca, y han plantado su tienda junto a un caserío o una aldea o algún otro lugar habitado, porque no se atreverían a alojarse entre los habitantes, pues les desagrada, entonces las ancianas de la población o del caserío que tienen hijas por casar las llevan, y a veces son veinte o treinta o cuarenta; las proponen a los hombres a cuál mejor, suplicándoles que tomen a su hija y se la queden durante todo el tiempo que permanezcan allí. Y se las dan a esos hombres para que hagan con ellas lo que quieran y se acuesten con ellas. Y son las mujeres jóvenes las que más éxito tienen; los extranjeros las elijen y se divierten con ellas y las conservan todo el tiempo que quieren; y las demás se vuelven a casa muy apesadumbradas. Pero no podrían llevarse a ninguna a su país, ni hacia delante ni hacia atrás.
Y cuando los hombres han hecho lo que les ha dado la gana con ellas, y quieren proseguir camino, suelen dar alguna cosa, una joya, un anillo, una medalla, a las muchachas con quienes se han divertido; porque así, cuando se casen, podrán presentar la prueba de que han sido amadas y han tenido amantes. Por eso, es costumbre que cada doncella lleve al cuello más de veinte baratijas o medallas, para mostrar que muchos amantes y hombres han tenido que ver con ella. Cuando una niñita ha conseguido una medalla se la cuelga al cuello y va toda contenta con su regalo; sus padres la reciben con alegría y honor, y es muy feliz la que ha recibido más presentes del mayor número de extranjeros. A ésta la tienen en gran estima y la desposan de buen grado, diciendo que es más que las demás en el amor de los dioses. No podrían ofrecer a su esposo dote más rica que todos estos presentes recibidos de los viajeros; no las estimarían nada, al contrario, despreciarían a las que no pudieran mostrar sus veinte medallas probando que han estado con veinte viajeros. A la celebración de las nupcias, presentan a cada uno sus medallas y regalos. Por lo que se refiere a la que queda encinta, el hijo es educado por el que se casa con ella, y hereda en la casa lo mismo que todos los demás nacidos luego. Pero, atención, una vez que han tomado una mujer de esta forma, la estiman mucho y les parecería abominable que uno de ellos se permitiera tocar a la mujer de otro, y todos se abstienen con muchísimo cuidado de ello.» [1]
Marco Polo, Libro de las maravillas, Ediciones B, S. A. Barcelona, 1997, pp. 282-284
1 comentario:
Ajajajaj, está buenisima esa anecdota. Hasta me dan ganas de leerun libro que se ve tan gordo como el de Marco Polo...
Saludos
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