Sé que a casi nadie le interesa saber semejante bagatela, pero en este mes cumplí tres años de haber comenzado a escribir este humilde blog, al que bauticé con el aparatoso nombre de Rey Mono. Muchos creen que sólo es un pseudónimo tras el cual me oculto para hacer corrosivas sátiras contra todos los desventurados que se cruzan en mi camino o sentimentales textos llenos de oscuras alusiones; pocos saben que en realidad se trata de un pequeño, pequeñísimo homenaje a ese personaje tan famoso en China (Sun Wu Kung) y en la India (Hánuman), y que en esas regiones es tanto o más famoso que el Quijote o Mickey Mouse en estas latitudes. Sin embargo, no es acerca de los orígenes del poderoso Rey Mono que me interesa escribir en esta entrada, sino del significado que estos tres años han tenido en mí como escritor.
Hace algunos meses charlaba con otros insignes blogueros mientras la cerveza corría por los tarros con infatigable constancia. En algún momento alguien sugirió que el blog estaba en sus últimos y agónicos estertores, debido a la proclividad del ser humano por lo pequeño; el microblogging (como Twitter), en este caso. De esa forma, explicaba que la gente ha preferido mudarse a esas plataformas en las que las frases cortas (140 caracteres a lo sumo) no exigen mayor compromiso por parte de un lector, con lo que han dejado huérfanos de comentarios a una buena cantidad de blogs que pueblan el ciberespacio. Ahora bien, pese a toda la realidad de semejante afirmación, me quedé pensando en mi caso particular: no niego que encontrar un comentario suele ser estimulante, sobre todo cuando es inteligente, pero si nos ponemos a hurgar en los comentarios que pululan en las bitácoras, desde las más rústicas hasta las más refinadas, veremos que casi todos dicen más o menos lo mismo: cebollazos empalagosos, terribles denuestos, ansias de que se devuelva el “favor” del comentario en el propio blog, y entre una lista interminable, de pronto vemos algún comentario realmente luminoso por su inteligencia, el cual puede valer más incluso que la propia entrada que lo suscitó. Por otra parte, debo decir que yo leo cada vez más blogs, aunque cada vez comento menos. De esta forma llegamos a una cuestión fundamental: ¿escribimos entonces para que nos hagan comentarios?
No puedo contestar por los demás, aun cuando sé que muchos dirán para sus adentros que sí, que no hay blog que valga si no es por los comentarios. Sin embargo, si me atengo exclusivamente a mi posición, me doy cuenta de que mantener actualizado mi blog con cierta periodicidad ha sido una manera de disciplinar mi pensamiento, ya que antes de eso solía escribir de forma un tanto “difuminada”, es decir, cada vez que la musa rascaba lastimeramente la puerta para que le permitiera pasar. No quiero decir que gracias a eso ahora sólo hago “Obras Maestras”, sino más bien justo lo que acabo de decir algunas líneas antes: ya tengo una disciplina, de tal suerte que veo mis entradas como una especie de laboratorio de alquimia en el que los textos se mantienen burbujeantes, hirviendo, listos para experimentar como fragmentos de textos más grandes, o incluso como unidades en sí mismas; aunque también soy consciente de que otros son francamente desechables, engendros que sólo verán una luz fugaz a través de la blogósfera: ahí se quedarán reptando sin más destino que ése.
Mediante un blog, el proceso creativo de un escritor se puede ver como a través de una caja de cristal. Podemos ser testigos del nacimiento de un relato, una novela, un poema, de las diversas metamorfosis que sufren antes de quedar fijos en una edición “definitiva”, ya sea electrónica o de papel. Incluso podemos sentir que, pese a estar situados a unos cuantos metros o a miles de kilómetros de nosotros, hay escritores que en realidad están más cerca que muchos otros instalados ya en los pináculos de la pose. Hemos visto la evolución de sus textos, y cuando llega el momento de verlos formando parte de un volumen, uno casi siente ganas de decir: “carajo, yo lo vi cuando apenas era un puñado de palabras”. En fin, podría seguir en ese mismo tenor sin agregar nada que valga la pena. Por eso cierro esta entrada de aniversario con el eslogan (voy a citarlo de memoria) que ostentaba Blogueratura antes de sucumbir entre las aguas de la red: “Los nuevos escritores se leerán primero a través de sus blogs”.
2 comentarios:
Lo primero, por si interesa: he llegado aquí por azar, buscando comentarios sobre "Corrección" de Thomas Bernhard que encontré en el blog de Literatura.
Lo segundo: esta entrada es lo único que he leído de este blog.
La suma: sólo con estas dos cosillas ya me has caído simpático.
Estoy de acuerdo con absolutamente todo lo que dices. Cuando abrí mi blog (que no tienes que visitar ni comentar ni nada que se le parezca: créeme, esto no es publicidad) lo hice sin motivos claros, animado por un amigo que elogió una texto que había escrito para un foro. Una cosa llevó a la otra. Hoy lo tengo claro: escribir (un blog) me hace mejor lector. Disfruto mas que antes (de la lectura), la valoro más, la entiendo mejor, me divierte, me divierte muchísimo... Cada día que pasa las entradas son más fáciles, más sinceras y yo estoy mas relajado. Cada vez me importan menos las visitas, los comentarios... y cada vez soy más (lo has dicho perfectamente) disciplinado.
Ahora propongo a mis amigo la apertura de sus propios blogs como terapia o algo así. Me toman por loco. Ya tienen el facebook. 200 palabras cómo máximo les garantizan ser leídos, no como estos blogs infernales, llenos de palabras e ideas que lo sacuden todo y consumen tanto tiempo que uno podía dedicar al youtube.
En definitiva. Me alegra haberte descubierto. Prometo no comentar nada gratuitamente. Un saludo,
Excelente. Acabas de "materializar" el quid de mi post. Y a pesar de todo, no podré evitar darme una vuelta a tus madrigueras...
Saludos.
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